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"El apando" es una novela asfixciante. No hay respiro para el lector. Sus extensas frases parecen un océano sin arribo. Parecen, más bien, una celda sin posibilidad de fuga. La sensación de asfixia está tanto en la forma como en el contenido de esta noveleta. El mismo narrador también está encerrado dentro de alguna focalización que no le permite la completa omnisciencia. Nos presenta a tres reclusos que no solo están encerrados físicamente en el 'apando'. Sus mentes están cobijadas por el hierro del vicio, la sequía de la dependencia. Aparecen también tres mujeres en la historia. Las tres encargadas de introducir droga al 'apando' para que estos reclusos experimenten por efímeros minutos la ilusa solemnidad de apartarse de todo. "El apando" da frío. Los desencarnados detalles del narrador golpean al lector como Polonio golpea a 'El Carajo'. Estamos ante la fragilidad de lo humano. La animalidad que Revueltas no cesa de pronunciar y de insistirnos. Nadie se escapa de ser un mono, un guardador de presos que no se diferencia en nada a estos últimos. Somos un 'Carajo' ensangrentado, copuladores de una cotidianidad que miente la libertad, miente sobre algún respiro ocasional de calma. Revueltas quiere dejar clara la sutil presencia del panóptico. Presos de ideas estamos, de creencias, de vicios, de imágenes proyectadas hacia nosotros mismos y hacia la realidad. Presos en un apando sin muros visibles, pero con ojos en todas partes. |
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