Donde cantan las ballenas

Crecer en una casa aislada del mundo es una bendición y una condena. Bendición porque te evita los males del mundo. Condena, exactamente por lo mismo. Allí aprendes que los árboles pueden crecer dentro de los dormitorios, que los pájaros reciben cada nuevo día con la algarabía de sus cantos, que las ballenas no cantan en tierra firme. Pero te niega el saber sobre la vida verdadera, esa que a veces se acaba sin avisar y sin explicación. Que la gente muere, que tú estás creciendo y que debes, aunque no quieras, buscar tu camino.
Llegarán hasta tu puerta almas que huyen y que te abrirán los ojos a lo que se te ocultó. A lo que te gusta de ti y a lo que odias; al olvido y a la aceptación.
Irás a buscar lo que otros persiguieron siguiendo la estela que dejan las olas al pasar. Y entenderás que no existe el final del camino. O, al menos, que no está en el lugar donde te dijeron que lo hallarías.