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Crítica de Guille63


Guille63
06 March 2023
“…en el puente del Drina tienen lugar los primeros paseos infantiles y los primeros juegos de los muchachos… nacen los primeros sueños de amor, las primeras ojeadas lanzadas al pasar, las reflexiones y los cuchicheos. También nacen aquí los primeros negocios, las querellas y los acuerdos, las citas y las esperas… y es aquí, por fin, donde hasta 1878 se ahorcaba y se empalaban las cabezas de todos aquellos, que, por cualquier razón, hubiesen sido ejecutados... las generaciones se sucedían junto al puente, pero el puente sacudía, como si fuese una mota de polvo, todas las huellas que habían dejado en él los caprichos o las necesidades de los hombres, y continuaba idéntico e inalterable.”

Ivo Andric tenía más de 50 años cuando escribió esta novela. Vivía en una especie de arresto domiciliario en el piso de un amigo en Belgrado durante la segunda guerra mundial. En este contexto, la novela surge de la madurez que contempla con nostalgia un mundo que desaparece barrido por un futuro imaginado con angustia y extrañeza. Más o menos lo que, con distintos niveles de inquietud, viven todas las generaciones que en esta historia tienen como fondo común un puente “hermoso y sólido, más sólido que todo lo que el tiempo pudiese brindar, más fuerte que todo lo que las gentes pudiesen pensar o hacer”.

En el relato, los grandes hechos históricos conviven en perfecta armonía con multitud de pequeñas historias convertidas en leyendas por las gentes de Visegrado, una ciudad al este de Bosnia cercana a la frontera con Serbia. Los habitantes de Visegrado, como, por otra parte, los habitantes de cualquier otro pueblo, vivieron durante siglos resignados a que la vida era una lucha continua contra la adversidad y la muerte, contra las que no había esperanza alguna de victoria. El poder que los iba sometiendo viraba sucesivamente, pues “no existe un poder sin sublevaciones y sin complots, como no existe fortuna sin preocupación y sin daño”, aunque en tiempo de infortunio turcos, serbios y judíos podían actuar conjuntamente, pues “nada une tanto a las personas como una desgracia vivida, atravesada conjuntamente y superada con ventura”. Solo el puente salía indemne de cada prueba a la que la ciudad se vio sometida.

La novela carga contra las esencias nacionalistas, culturales o religiosas, contra los autoritarismos imperialistas, contra las utopías irrealizables, contra su imposición por la fuerza, pero también cuestiona las bondades del progreso y la economización de todos los aspectos de la vida que se produjo a partir de la llegada a esas tierras del imperio austrohúngaro, cuando la vida empezó a ir más deprisa.

“Los extranjeros no estaban nunca tranquilos ni permitían que nadie lo estuviese; se habría dicho que con su red invisible, pero cada vez más definida, de leyes, de reglamentos y de ordenanzas, estaban decididos a abarcar toda la vida, las gentes, los animales y las casas, y a cambiar todo, a desplazar cuanto les rodeaba: el aspecto exterior de la ciudad, las costumbres que regían la existencia desde la cuna a la sepultura… Sólo algunos individuos excepcionales sentían verdaderamente el drama profundo de la lucha entre lo antiguo y lo moderno. Para ellos, el modo de vida estaba ligado de manera íntima e incondicional a la vida misma.”

Y a pesar de todo, fue esta última una época de paz y prosperidad, de beneficios y seguridad, en el que las creencias esenciales de las distintas religiones y etnias se relegaron a un segundo plano, aunque “aun pareciendo muertas y enterradas, preparan para épocas ulteriores y lejanas cambios y catástrofes inesperados, de los cuales, según parece, no pueden prescindir los pueblos y, sobre todo, el pueblo de este país.” de hecho, no tardaron en surgir grupos que se rechazaban unos a otros a “impulsos de viejas pasiones y de instintos ancestrales.” Los jóvenes despreciaban todo el orden anterior sin tener muy claro el orden que debía sustituirle. “Parecía, en términos generales, que la generación actual se preocupaba más de su concepción de la vida que de la vida misma.” El enfrentamiento estaba asegurado.

“Todos estaban en su sitio y había un sitio para todos. Y por encima de la sociedad reinaba un orden y una ley: un orden bien establecido y una ley severa… Pero ahora todo había cambiado de lugar y las cosas se habían puesto al revés. Las gentes se dividían y se separaban según les parecía, sin ton ni son.”

Qué cercano y certero suena todo aunque haga más de un siglo de estos hechos, como ocurre siempre con las grandes novelas, y esta lo es. Léanla.
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