Yo fui a EGB

Una imagen.
Un objeto.
Rectangular. Dos mitades. La una blanca. La otra de un gris verdoso feo a rabiar. Justo esa parte era la gran novedad. Todos la teníamos, a pesar de saber que para lo único que servía era para rasgar la hoja de la librera que nuestro mal pulso había profanado una vez más.

Una palabra escrita. Pelikan. La goma de borrar que prometía reparar nuestros errores de tinta Bic, naranja o cristal.

Sin verla, aquellos cerebros cobijados bajo un ceniciento cabello o incluso al raso, son capaces de hacer reaccionar a los sentidos. Su tacto, su olor y, sorprendentemente, la escuela.

Sus pupitres, sus ventanas y su inconfundible aroma.

Yo fui a EGB es un viaje sensorial a la infancia donde la magia está en los infinitos fotogramas de nuestro pasado que estallan en un instante. En el nexo común entre quienes vivimos aquellos años y en la intimidad de cada matiz que, afortunadamente, nos hace semejantes, pero diferentes.

Y aun hay quien habla de calidad literaria.
¡ Valgamé Dios! Ya puede cualquier erudito esforzarse que no logrará tamaña reacción.

¿No?
Hagamos la prueba. Diré una palabra. En cada una, pausar, dejaros llevar unos segundos por ellas.

Milán nata.
Cuantos esnifamos con ella por primera vez.

V.
¡Por dios si hasta nos comíamos unas gominolas con forma de ratón!

Fama.
Buscáis la fama, pero la fama cuesta. Y que leotardos de colores.

Grease.
Sin comentarios.

Primera comunión:
Una muñeca de metro y medio, el estuche del compás...y un reloj, del que os hablaré al final.

¿ Borges? ¿ Cervantes? ¿¡En serio?! ¿ Acaso la literatura es exclusivamente el arte de la armonía?
( iré a la hoguera por esto, y por tantas cosas más)

La belleza es ese gran misterio que hace que, ver una familia en bicicleta nos impulse involuntariamente a silbar una canción sea verano o invierno.
Azul o negro.

Joyce es un forúnculo frente al bárbaro, el arquero, acróbata, mago...
Y el caballero.

Un libro que irremediablemente abre de par en par las ventanas de la nostalgia, que provoca una precipitación de recuerdos y estos te llevan al nirvana de la felicidad.

Y yo he sido inmensamente más feliz en este viaje, que con Homero, Dante o Lorca.

¿ Fotos y cuatro apuntes?
Sí, pero ninguno de los citados plasmó la idea, ni obtuvo del lector el diluvio universal de los sentidos por combustión espontánea.

Cincuentónes y cuarentones, déjense llevar.

PD. He de ir a comprar leche para mañana. La tienda está a 100 metros de casa. Estoy vago.
Miro mi reloj Casio negro, de plástico. Cronómetro. Calculadora, juego de la serpiente y una luz verde que ilumina su pantalla en la oscuridad.

Acerco mi boca al reloj.

Kit, te necesito.
Wuuu, wuuu.