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Crítica de Noni


Noni
05 June 2023
Nejiko Suwa (1920-2012) fue una violinista japonesa cuyas dotes artísticas (según la crítica de la época era extraordinaria) quedaron relegadas mientras su fama crecía por haber recibido de manos de Goebbles un violín cuya procedencia siempre estuvo en entredicho. ¿Fue ese violín confiscado a un violinista judío como muchos otros instrumentos musicales lo fueron durante la guerra? ¿Era realmente un Stradivarius como el mismo Goebbles se encargó de anunciar? ¿Hasta que punto era conocedora Nejiko de todo lo que rodeaba a este regalo?
Estos son algunos de los argumentos con los que Iacono escribe una biografía novelada muy entretenida que muestra el impecable trabajo de documentación que el autor llevó a cabo durante tres años. Trabajo que le llevó a consultar archivos en Francia, Alemania y Japón.
Aunque el autor no ha querido posicionarse y mostrarnos una Nejiko claramente pro nazi o antisemita, lo cierto es que en algunos momentos el subconsciente le delata (eso creo yo) y nos presenta un personaje más allá de la ambigüedad que pudiera suponer no atreverse a rechazar un regalo de una figura tan imponente como el ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, “Nejiko lo aprendió de Goebbles: la guerra y su continuación son sólo cuestión de comunicación y propaganda controlada”.
Al margen de las filias y las fobias que todo escritor tiene, Iacono es capaz de mostrar la II Guerra Mundial desde una perspectiva diferente a lo que ya conocíamos, y es de agradecer. La confiscación de obras de arte a las familias judías es algo de lo que se ha escrito largo y tendido, pero de instrumentos musicales, ni siquiera de música, en ese período ya sabemos menos. A través de esta historia conocemos que los violines tienen alma, que los lutieres son los médicos que las pueden sanar, las almas, tanto las de los instrumentos como las de las personas, que Nejiko Suwa fue una víctima tanto de los nazis como de los aliados que, al terminar la guerra, quisieron utilizarla, como anteriormente lo había hecho el régimen nazi, para blanquear la nueva política. de ahí que la frase que pone en bocas de la violinista cuando habla con MacArthur sea crucial para conocer al personaje: “Perdóneme, pero la música es sólo música, no tiene nada que ver con la política. Los políticos se apropian de ella para los fines que los convienen (…) Verá, allí donde un maestro como Furtwängler diría que Beethoven representa el punto de encuentro entre el Yo y la humanidad, los políticos entienden lo que quieren entender… Y sobre todo lo que pretenden hacerle decir…” ¿Es Nejiko la que habla, o lo hace Iacono para ponerse, en esta ocasión, de su parte?
Nejiko llegó a ser solista de la Orquesta Filarmónica de Berlín, cuando dio su último concierto el 11 de abril de 1945 estando presentes Adolf Eichmann, Albert Spear (Ministro de Armamento), Goebbles, o Richard Strauss quién dirigió personalmente el final de El crepúsculo de los dioses. Esa noche también estaba Oga Koshiro, el adjunto a la embajada nipona que, según la novela, se convertiría en amante de Suwa durante su arresto en Estados Unidos, un arresto de lujo lo calificaron algunos, ya que el gobierno estadounidense alojó a los integrantes de la embajada en el Bedford Springs Resort mientras se anunciaba la rendición incondicional de Hirohito.
Nejiko Suwa, considerada una niña prodigio, pasó a la historia por haber aceptado, con dieciséis años, un extraordinario instrumento de manos de un genocida en mitad de una guerra mundial. al parecer, la intención del escritor francés no era convertirse en periodista o policía, ni siquiera juzgar los hechos sino preguntar al lector: ¿qué hubieses hecho tú?
Emocionante, muy interesante, y con las dosis adecuadas de intriga que te hacen querer seguir leyendo la historia de Nejiko Suwa hasta el final. ¿Qué parte es real, y cuál es ficción? Ella murió en 2012 sin revelar quién fue el anterior dueño de un instrumento que ella supo dominar para extraer belleza en un mundo que a su alrededor se desintegraba. Nunca le interesó saberlo. ¿Tenemos derecho a juzgarlo?
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