Sobre mi hija

Kim ha cumplido todo lo que la sociedad coreana esperaba de ella: un matrimonio adecuado, una hija, una familia y un trabajo. Pero ahora que su marido ha muerto, todo lo que le queda es una casa que apenas puede pagar sola y un trabajo agotador y mal pagado como cuidadora en una residencia para ancianos. Cuando ilusionada le propone a su hija treintañera sin trabajo estable que vuelva al hogar familiar para compartir gastos, el breve atisbo de felicidad se esfuma cuando la joven se instala en casa con su novia.

En esta novela los prejuicios son los grandes protagonistas porque ¿qué mayor preocupación para una madre conservadora que cómo la sociedad ve a su hija? Sin un trabajo estable, sin un marido, sin perspectivas de tener hijos y con la temida posibilidad de terminar su vida en la misma situación que los ancianos que cuida, sin nadie que vaya a visitarla o se preocupe por atenderla. Así, de una forma cuidadosa y muy equilibrada, se nos narra la lucha interna de una madre entre sus prejuicios y el amor por su hija.

Me ha gustado mucho con se yuxtaponen las terribles escenas del trato a los ancianos en la residencia donde trabaja la madre con las represalias a los manifestantes LGTBIQ+ en la universidad de la hija por grupos homofóbicos. Y por supuesto, la crítica evidente que también hace la autora de la precariedad laboral e incluso social de la hija y su pareja, sino también de la madre, a la que suma –además de las anteriores- la física.

Esta no es una historia de redención, ni aspira a serlo en ningún momento. La madre quiere poder decirle a su hija que no le importa si le gustan los hombres o las mujeres y que, por supuesto, su hija y su novia deberían ser tratadas con el mismo respeto por la sociedad. “Pero ¿llegará el momento en que podré decir estas cosas en voz alta?”, se pregunta.
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