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Crítica de Guille63


Guille63
02 May 2023
“Picasso es feo, pinta un mundo horriblemente deformado porque su alma es fea”

En Michel Houellebecq parece observarse el efecto Dorian Gray a la inversa, mientras su obra mantiene en todo lo alto su poder de provocación con la representación de una sociedad occidental en declive, su figura hace tiempo que nos viene ofreciendo un espectáculo de deterioro continúo que no solo afecta a su cuerpo, sino también a su vestimenta, a sus movimientos, a toda su imagen. Esto mismo es llevado al límite en esta novela: su retrato, pintado por Jed Martin, un artista de moda, no para de revalorizarse mientras su cuerpo acaba... (si lo leen, ya verán como acaba). Sí, Houellebecq es uno de los personaje más relevantes de la novela, lo que permite al autor dar rienda suelta a su egocentrismo, a su exhibicionismo, a su falta de pudor (“Apestaba un poco, pero menos que un cadáver… parecía una vieja tortuga enferma… viejo decadente fatigado”).

Sobre la novela, poco puedo decir (mentira), no entendí mucho el sentido de esta concatenación de escenas o de comentarios sobre la actualidad de gente glamurosa y, más concretamente, del ambiente artístico y sus decadentes rasgos (“El Sushi Warehouse de Roissy 2E ofrecía un surtido excepcional de aguas minerales noruegas”).

No sé si el objetivo era llamar la atención sobre la importancia que damos al mapa en detrimento del territorio, pero qué otra cosa es la realidad. Nos manejamos siempre mediante mapas, nuestra visión del mundo, del territorio, está siempre mediatizada por nuestra particular forma de ver, por nuestra experiencia, por el estado físico y anímico en el que nos encontramos, funcionamos con el mapa que nos construimos, cómo no vamos a dar importancia a otros mapas, principalmente a los de los artistas… aunque yo no sepa leerlos desde que la novedad por la novedad se volvió un valor tan trascendental en la evaluación de una obra.

“También nosotros somos productos —continuó—, productos culturales. Nosotros también llegaremos a la obsolescencia. El funcionamiento del mecanismo es idéntico, con la salvedad de que no existe, en general, mejora técnica o funcional evidente; sólo subsiste la exigencia de novedad en estado puro.”

No sé si entre sus pretensiones se encuentra la desvalorización de los artistas que, convertidos en marcas, parecen contar más que su propia obra, sin que ello signifique desprestigiar el resultado de su arte. Así nos dice:

“… ser artista, en su opinión, era ante todo ser alguien sometido. Sometido a mensajes misteriosos, imprevisibles, que a falta de algo mejor y en ausencia de toda creencia religiosa había que calificar de intuiciones; mensajes que no por ello ordenaban de manera menos imperiosa, categórica, sin dejarte la menor posibilidad de escabullirte, a no ser que perdieras toda noción de integridad y de respeto por ti mismo.”
El artista es un mero vehículo de no se sabe qué fuerzas actuantes a través de él, siendo estas misteriosas fuerzas lo único que les separa de los artesanos.

“… el arte debería quizá parecerse a aquello, a una actividad inocente y alegre, casi animal, había habido opiniones en este sentido, «idiota como un pintor de verdad», «pinta como el pájaro canta», y quizá el arte llegara a ser así en cuanto el hombre hubiera sobrepasado la cuestión de la muerte.”

De hecho, la imagen que nos da de Jed Martin es la de un ser medio autista, que deja pasar las grandes oportunidades sentimentales de su vida (solo muestra sangre en las venas en un episodio penoso de violencia), y que tuvo la suerte de encadenar una serie de ideas artísticas que llegaron a él como grandes fogonazos y que inopinadamente conectaron una tras otra con el mundillo artístico del momento. En esa conexión no es en absoluto despreciable el poder de las estrategias de marketing de las que él se quedaba, o le dejaban, totalmente al margen, haciendo uso de aquel maravilloso consejo de Groucho Marx: “Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”.

Por supuesto, Houellebecq hace extensible estas reflexiones a la literatura.

“… uno mismo nunca decide la escritura de un libro; un libro, según él, era como un bloque de hormigón que se decide a cuajar, y las posibilidades de acción del autor se limitaban al hecho de estar allí y esperar, en una inacción angustiosa, que el proceso arrancase por sí solo.”

Y esta espera pasiva a ser “preñado” que parece ser el oficio de artista conlleva un gran y angustioso peligro, aplicable también a la vida en general, y es la de no estar atento y preparado para la llegada de tal oportunidad, la de dejarla pasar.

“… la vida te ofrece una oportunidad a veces, se dijo, pero cuando eres demasiado cobarde o indeciso para aprovecharla, la vida recoge sus cartas, hay un momento para hacer las cosas y para abrazar una felicidad posible, ese momento dura algunos días, a veces unas semanas e incluso unos meses, pero sólo se presenta una única vez, y si quieres rectificar más tarde es simplemente imposible, ya no queda sitio para la esperanza, la creencia y la fe, subsiste una resignación suave, una piedad recíproca y entristecida, la sensación inútil y justa de que podría haber ocurrido algo, de que sencillamente uno se ha mostrado indigno del don que le acaban de hacer.”

En fin, mucho disparo para tan poco pájaro. Lo que no le puedo quitar al autor es el hecho de que, a pesar de la casi total desconexión que he sentido con el texto, no haya parado hasta terminarlo sin que el aburrimiento me atacara ni una sola vez.
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