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Crítica de Guille63


Guille63
14 March 2023
“… a pesar de que la creencia colectiva sea que cualquiera podría hacer algo similar, cada uno en su fuero interno sabe que no sería capaz de perpetrar una locura de tal calibre.”

Seguro que han jugado ustedes alguna vez. Alguien cuenta el armazón de una historia enigmática y el resto de jugadores tendrá que resolver el enigma a base de preguntas cuyas respuestas sean únicamente sí, no o indiferente. A esto parece jugar el narrador de este singular relato tras leer en el periódico la noticia de un extraño suceso en la vida de un matrimonio en nada diferente a cualquiera otro del Londres de la época (no teman la revelación o el destripe, es algo que se dice en la primera página del cuento).

“Fingiendo marcharse de viaje, el marido [Wakefield] se fue a vivir justo a la calle contigua a su propio domicilio y permaneció allí más de veinte años, sin que ni su mujer ni sus amigos supiesen nada de él (…) Durante todo aquel tiempo pudo contemplar su casa un día tras otro (…) Finalmente (…) entró una noche por la puerta tan tranquilo, como si solo se hubiera ausentado el día anterior, recuperando de nuevo su papel de amante esposo hasta la muerte.”

Con estos mimbres, el narrador invita a sus lectores a jugar con él en el interesante rompecabezas de un hecho al que el autor empieza dando visos de realidad — una noticia leída en el periódico—.

“¿Qué clase de hombre era Wakefield? Podemos crearnos nuestra propia idea con toda libertad.”

No les avanzaré nada acerca de la idea, más bien las ideas, que el narrador se hace acerca de la personalidad de Wakefield y de los porqués de su extraño comportamiento, aunque sí subrayaré nuevamente su esfuerzo para que, tal y como expone en la nota que encabeza mi comentario, demos por buena tal interpretación y, por ende, aceptemos la verosimilitud que el narrador concede a los hechos. El propio autor escribió al poeta Longfellow lo siguiente: «Me he recluido; sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir».

Sin embargo, la grandeza del relato es que en su planteamiento está el ser inagotable. La historia no se agota en sí misma, intuimos que hay más o qué hay otra cosa, quizás algo tan simple e inexplicable como el típico y tópico caso del hombre tranquilo y correcto, aunque algo silencioso y solitario, que un día cualquiera se levanta y acribilla a veinte personas en la hamburguesería de su pueblo. Un simple click, un cortocircuito neuronal que hace de nosotros una persona totalmente distinta.

Tienen razón, esta posibilidad le quita magia a la historia, pero no me digan que no deja de ser inquietante tal posibilidad. Y hablando de temas inquietantes, fantásticas las ilustraciones al relato que ha creado Ana Juan para la edición de Nórdica. Ella se encarga de dar a la esposa de Wakefield el protagonismo que no tiene en el cuento, aunque solo sea para reflejar el paso del tiempo.
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