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Un relato muy inglés, donde los sentimientos solo se intuyen. La prosa, elegante, de cuello duro, sí, pero eficaz. Clásica en su estructura y en su estilo, nos cuenta una historia de amor clásico, con una carga simbólica clásica (su mercurio, el mensajero de los dioses, o esa bella-dona venenosa que quiere buscar el pan y la sal más allá de su terruño) y con tragedia final clásica y romántica. Desde el primer momento presentimos que el objetivo del narrador es explicarnos sin prisas y con cuidado detalle todo aquello que ocurrió en su adolescencia y que condicionó su vida por entero. Y digo presentimos porque en ningún momento se aborda de forma directa el relato, el de verdad, el que constituye el centro de la historia. Y el conducto indirecto es el punto de vista del niño, Leo, el mensajero (verde es su color), cuya inocencia y estrictos valores de comportamiento (aunque sean heterodoxos) contrastan con esas "alteraciones" del orden establecido perpetradas por los adultos y cuyo descubrimiento va a suponer su despertar adolescente. Y ese punto de vista de Leo, ajeno a las diferencias entre el bien y el mal (cuyos gestos y actitudes son en su mayoría nacidos de la voluntad y no de sus inclinaciones) consigue admirablemente subrayar esa inmoralidad oculta de los que se supone deben ser ejemplos para la sociedad. Visto desde nuestro tiempo, el suceso que centra el desarrollo del libro, y la moral que lleva aparejada, nos parece más que superado, pero es lo que tienen los clásicos y no por ello dejamos de leerlos. Este es uno que merece ser leído... por lectores más agradecidos que yo. La frase inicial es de las de coleccionar: El pasado es un país extranjero: allí las cosas se hacen de otra manera. |
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