Los santos de sombra

Acabé mi reseña de la primera parte diciendo que, teniendo en cuenta su cierre, parecía que en el segundo libro nos íbamos a encontrar con un mundo mucho más amplio. Después de leer Los santos de sombra, puedo confirmarlo.

Mientras que en La plegaria de la calle la visión del lector quedaba muy acotada al interior de Guerdon, en esta segunda entrega las fronteras se abren. Esto nos permite ver más allá de los muros de la ciudad, descubriendo nuevos lugares, nuevos personajes, nuevas costumbres, nuevas creencias y nuevos dioses.

Admito que el inicio me dejó un poco descolocada, pues no retoma directamente el hilo que nos quedó abierto en la primera parte. En esta ocasión, son otros los personajes que actúan como vector de la acción, habiendo así un intercambio de los roles protagonistas respecto a la entrega anterior. Esto es lo que nos aporta esa expansión del horizonte y la mayor riqueza de construcción del mundo, permitiéndonos descubrir nuevas tierras a pesar de que la trama principal se siga desarrollando en el interior de la ciudad. Pero, por otro lado, también supone que, al comienzo, se tengan que destinar varias páginas a la recontextualización en vez de conectar directamente con la acción, lo que enlentece un poco el arranque. Eso sí, cuando la acción empieza, no decae y se entrelaza con la vertiente más política sin perder intensidad.

Reafirmo que, para mí, lo mejor de la novela es todo lo que rodea la figura de los dioses y sus santos. Me sigue fascinando cómo el autor ha reinventado la típica batalla de dioses, yendo muchísimo más allá de la clásica lucha por la fe.

La novela mantiene el ritmo pausado y la peculiar narrativa que ya veíamos en la primera parte. Una lectura densa en la que merece la pena adentrarse... cuando se tiene la mente despejada y libre de preocupaciones. No es una lectura que recomiende para cualquier momento, ni para cualquier lector. Aunque si os gustó La plegaria de la calle, creo que Los santos de sombra os parecerá una digna continuación.