Carlota está hasta los ovarios de que no le llegue la sal al agua, debe varios meses de alquiler y con su porquería de sueldo no cree que el asunto vaya a tener solución. Trabaja en un bar cutre y tiene por jefa a una chonipija con muchas ínfulas. Un día esta le ofrece, porque no le queda otra, ir de camarera de catering a una galería de arte y, por supuesto, Carlota acepta. No le va a venir nada mal un sobresueldo. Pero nuestra protagonista es amante de lo ajeno y decide llevarse unas acuarelas que tienen pinta de valer un ojo de la cara. El robo sale bien, solo uno de los asistentes, un tal Armando, se ha dado cuenta y resulta ser un atractivo ladrón de guante blanco que le da la oportunidad de convertirla en una artista del choriceo de alto nivel y trabajar para una de las mujeres más influyentes y misteriosas que existen. Lo único, es que se les pasa por alto que el mayor ladrón del universo es el tiempo y el pasado vendrá a cobrarse lo que es suyo. Tenemos dos protagonistas fuertes, ingeniosos y con mucho carácter; una trama llena de acción y con escenas realmente magníficas que sería todo un lujo verlas representadas en la gran pantalla; y unos diálogos que no tienen desperdicio si quieres reírte un rato. Es una novela de puro y duro entretenimiento desde la primera página hasta la última. ¿Quié dijo que el arte era aburrido? |