Un libro de fino humor. Las escenas entre Oblomov y su mayordomo son geniales y, guardando las distancias, me recuerdan a las de Jeeves y Bertram Wooster del magistral Wodehouse. Ya saben, un clásico ruso de los que hay que leer, no porque sea un clásico, no porque sea ruso, solo por lo mucho que lo disfrutarán.
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