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Un libro que no deja indiferente. Duro, crudo, descarnado. Más aún teniendo en cuenta que el autor sufrió cautiverio durante la segunda guerra mundial, al igual que el protagonista. Se trata de un reflejo de la deshumanización de los regímenes totalitarios pero también de la injusticia de los que vienen a liberarnos y actúan sin tener en cuenta que muchos de los presuntos agresores son en realidad víctimas. Es un grito a favor de la libertad, de la individualidad del ser humano, cada uno con su (con nuestro) mundo interior a pesar de los estados burócratas, para los que no somos más que meros integrantes anónimos de una categoría que nos define únicamente por pertenecer a ella. ¿Rumanos, húngaros, alemanes, judíos...? No, personas. Personas buenas o crueles, generosas o criminales... Nos advierte Gheorghiu de los peligros de la ceguera que produce la uniformidad. No solo la ideológica, impuesta por los regímenes dictatoriales si no también de la cultural, que llega escondida entre las buenas intenciones de aquellos que vienen a salvarnos. Descubrimos así que la igualdad puede comportar una profunda injusticia. En el fondo se trata de que la igualdad no es lo mismo que la equidad. Una obra profundamente humanista pero en el que apenas se atisba la salvación. No es una libro optimista, no es un libro alegre. Las continuas injusticias que padece el protagonista llegan a provocar rabia y tristeza. Pero es un libro altamente recomendable. Es un grito rabioso desde el borde de la civilización. Una obra maestra. |
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