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Crítica de carolisack


carolisack
23 September 2023
“En el año 1691, Lois Barclay intentaba recuperar el equilibrio en un pequeño desembarcadero de madera, del mismo modo que lo había intentado ocho o nueve semanas antes en la cubierta del balanceante barco que la había llevado de la Vieja a la Nueva Inglaterra. Resultaba tan extraño estar en tierra firme ahora como verse mecida por el mar día y noche no hacía mucho; y la misma tierra ofrecía un aspecto igual de extraño. Los bosques que se veían por todas partes y que, en realidad, no quedaban muy lejos de las casas de madera que formaban la ciudad de Boston, eran de diferentes tonos de verde, y diferentes, también, por la forma del contorno, de los que Lois Barclay conocía bien de su antiguo hogar en el condado de Warwick”.
Así comienza esta novela corta de Elizabeth Gaskell, originalmente publicada en 1859, que narra la desdichada historia de Lois, una joven inglesa de 18 años, que al quedar huérfana debe viajar a Nueva Inglaterra donde vive su tío junto a su familia. Allí deberá enfrentarse a una sociedad dominada por el fanatismo religioso de los peregrinos ingleses, que se habían instalado en la bahía de Massachusetts con el fin de establecer un Estado teocrático que encarnara sus exigentes ideas religiosas.
La autora nos transporta a la época de los famosos juicios por brujería de Salem, en los que se juzgó a 144 personas; 19 fueron ejecutados y uno falleció por tortura durante el proceso, según Wikipedia.
Los juicios por brujería no eran algo inusual en las Colonias Británicas. El primer caso registrado fue el de Alse Young, en Connecticut, en 1647. Espaciados por años entre 1647 y 1692, se produjeron cerca de una veintena de otros casos en Nueva Inglaterra, con el principal enfoque en Boston y Springfield; sin embargo, eran elementos aislados, a veces ocurridos cada tres o cuatro años, y con no más de dos acusados a la vez.
Salem fue conocido por la masividad que tuvieron estos juicios, no porque fueran un caso único. Éstos comenzaron con las acusaciones de Betty Parris, hija del Reverendo Samuel Parris, y su prima, Abigail Williams. Las primeras órdenes de arresto se firmaron el 29 de febrero de 1692 y tres mujeres fueron arrestadas: Tituba, Sarah Osborne y Sarah Good. Tituba era una esclava en la casa de los Parris; Sarah Osburne era una terrateniente que se había granjeado el odio de sus vecinos a través de sus escasas demostraciones de fe ante la comunidad; y Sarah Good era una indigente que se encontraba embarazada al momento de su arresto.
Esto fue solo el principio, y pronto las acusaciones se hicieron masivas, pues algunos vecinos utilizaron el pánico para vengar sus propias rencillas personales.
Para fines de 1693, más de ciento cincuenta personas fueron detenidas y encarceladas, solo con acusaciones. Un rasgo particular de estos juicios fue que las denuncias de alucinaciones y contactos demoníacos surgieron entre un grupo de mujeres de la comunidad de Salem, pero nunca se realizaron procedimientos serios para obtener pruebas de tales prácticas, sino que casi todas las acusaciones se basaban en rumores. Los propios jueces se dejaron llevar por la histeria religiosa de la comunidad de Salem, formada mayormente por puritanos, que exigían frenéticamente condenas a las presuntas brujas.
Muchas teorías han intentado explicar por qué la comunidad de Salem explotó en ese delirio de brujas y perturbaciones demoníacas. La más difundida insiste en afirmar que los puritanos, que gobernaban la colonia de la bahía de Massachusetts prácticamente sin control real desde 1630 hasta la promulgación de la Carta Real de Massachusetts en 1692, atravesaban un período de alucinaciones masivas e histeria provocadas por fanatismo religioso.
Dentro de la pequeña comunidad de Salem existía una estricta conducta religiosa, en la cual cada persona vigilaba a sus vecinos y a su vez era vigilada por éstos en sus palabras y acciones, generando dudas y sospechas en caso de que su conducta no se ajustase a los parámetros religiosos puritanos. Las mujeres eran consideradas como individuos destinados a servir a sus esposos y a carecer de mayores derechos, mientras que los niños eran destinados a educarse severamente desde temprana edad en las labores de los adultos en vez de simplemente jugar. Otra preocupación fundamental de esta comunidad era evitar la «ira de Dios» y, por tanto, sujetarse estrictamente a los dictados religiosos del puritanismo para así evitar el castigo divino que se traducía en pérdida de cosechas, mal clima y muerte de ganado.
“El pecado de brujería”. Leemos sobre él, lo miramos desde fuera; pero no podemos comprender el terror que inspiraba. Cualquier acto impulsivo o poco habitual, cualquier afección nerviosa leve, cualquier pena o dolor, no solo los percibían quienes rodeaban a la víctima, sino ella también, fuera quien fuese, como algo que actuaba o se hacía que actuase de un modo que no era el más simple y normal. Él o ella (pues el presunto sujeto era con más frecuencia una mujer o una joven) sentía un deseo de algún alimento poco común, o algún movimiento o reposo poco común, le temblaba la mano, se le dormía el pie, o le daba un calambre en la pierna, y de inmediato surgía la espantosa incógnita: ¿Estará ejerciendo alguien un poder maligno sobre mí, con la ayuda de Satanás?”
Con una prosa sencilla y elegante, Elizabeth Gaskell nos mete de lleno en esta historia cruda y desgarradora, que refleja un período muy oscuro de la humanidad, marcado por la ignorancia, la crueldad y el miedo.
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