Diatriba de amor contra un hombre sentado

Arranca marzo y la primera lectura que concluyo este mes es ni más ni menos que una obra de teatro (la única) del gran Gabriel García Márquez. Esta lectura no habría sido posible sin Soniagh y su fabulosa reseña de Diatriba de amor contra un hombre sentado. ¡Gracias, Sonia!

Leer a Márquez es un no parar de sorpresas y emoción ante un escritor inigualable. Diatriba… no es la excepción. Un monólogo impresionante. Los reclamos de una mujer que ha visto su vida consumirse junto a un hombre que nunca estuvo a su altura. Ella lo amo, cuidó de él, se reinventó y soportó por él. Pero ya no más. El día de la celebración de sus bodas de plata, decide arrojar todo el dolor, la rabia y la nostalgia para quitarse ese gran peso acumulado.

Todo destaca. Márquez domina con su pluma también el teatro. El monologo es potente, complejo y hace que las emociones te lleguen y te sacudan. Pero si algo eleva el texto hasta el infinito son las benditas acotaciones.

Qué poderío.

Las acotaciones no son solo recomendaciones del dramaturgo para la representación. En Diatriba… las acotaciones son un elemento que aporta belleza al texto, que hace que la carga emocional sea mayor, que sintamos la intensidad de lo expresado en el monólogo. Las acotaciones son indicaciones, sí, indicaciones que deben ser increíbles de ver en una representación escénica, pero que en el texto se sienten como la voz de un narrador omnisciente que acompaña a nuestra protagonista durante su discurso, aportando valor, fuerza y dimensión.

Momentos memorables; frases que se quedan grabadas. El compromiso que hacemos como lectores para dejarnos llevar por el juego de luces, por los sonidos, los silencios, los gestos, los recuerdos. Recorremos el camino con gusto, con ganas. Nos imaginamos en la butaca, disfrutando (y sufriendo) una obra donde todo, absolutamente todo está pensado al milímetro, donde cada detalle tiene una intensión. Caemos rendidos ante el paso tiempo, ante las complejidades del amor y el desamor, ante la búsqueda del sentido de la existencia, ante la felicidad como un concepto volátil, voluble e inalcanzable.

No son temas sencillos, pero Márquez los domina y los plasma con una facilidad que abruma y desde una óptica tan bella que sobrecoge.

“…Pero lo que Floro me enseñó en una sola noche fue algo que me hacía falta para aprovechar mejor lo que me habías enseñado: que hay que desconfiar, por principio, de las cosas que nos hacen felices. Hay que aprender a reírse de ellas; si no, ellas terminarán riéndose de nosotros…”.

(Sin más que añadir, My copia el texto y lo pega en el apartado para críticas de Babelio).