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Crítica de Guille63


Guille63
07 March 2023
“Demonios de rencor, de intolerancia, de imbecilidad. ¡Es detestable!”

AY, sí… el amor, en un sentido amplio que incluya la pasión y el deseo, puede ser un demonio temible y seductor y devastador y delicioso y corruptor y transgresor, y como tal afectará a varios de los protagonistas de esta gozosa novela. Un poder animal que Garcia Marquez encarna en dos negros: un negro, Judas Iscariote, que provocó la desgracia de Bernarda, madre de Sierva María, y una negra, una cautiva abisinia capaz de perturbar a los hombres hasta la locura con su sola desnudez.

Pero este diablo metafórico que todos sabemos que puede ser el amor se convierte aquí en el auténtico Maligno, todo cuernos y rabo, gracias a otros demonios aún más peligrosos y detestables: la intolerancia, la imbecilidad y la ignorancia combatida a base de superstición y representados aquí por la Iglesia inquisitorial del siglo XVIII. Unos demonios que atacaron sin piedad a Sierva María, criada entre la servidumbre negra y mulata de su padre el marqués, educada en sus tradiciones e idiomas, otra vez la amenaza negra, y que arrastrará a Delaura, el cura cobarde de treinta y seis años enamorado, por primera vez, de una niña de doce.

Solo así, en esta lucha contra los dioses y la estupidez humana, puede ser el amor, tal y como nos dice Delaura, el más terrible de todos los demonios, pues ir contra él significa ir contra nuestra propia naturaleza, y eso es algo capaz de pudrirnos por dentro y por fuera. Muchos de los personajes de esta novela están aquejados de esa terrible podredumbre física y moral que les lleva a ver demonios no solo en todo aquello que no entienden sino también en todo aquello que contradice o amenaza sus dogmáticos principios o simplemente los ignora. La novela es una diatriba feroz contra todo aquello que se opone a la vida, contra la oscuridad de la superstición, la ignorancia, las rigideces sociales, religiosas, raciales…

“«Ustedes tienen una religión de la muerte que les infunde el valor y la dicha para enfrentarla», le dijo. «Yo no: creo que lo único esencial es estar vivo».”

El relato me ha parecido notable, un ejemplo impecable de la gran literatura del autor, pero entre tanto acierto de la novela hay una afirmación que no puedo dejar de comentar:

“La incredulidad persiste más que la fe, porque se sustenta en los sentidos.”

No son los sentidos la base más sólida para las creencias. Con absoluta coherencia y gran astucia, las religiones, al menos las más extendidas en la actualidad, siempre han repudiado los sentidos, como han repudiado la duda y la razón, siempre perjudiciales para sus negocios, beneficiándose de las grandes ventajas que para sus circunstancias tienen el dogma y la fe.

“El Enemigo se vale mejor de nuestra inteligencia que de nuestros yerros.”

Una fe, su necesidad, su fortaleza, que, no obstante, bien puede explicar la razón pues se basa en claras necesidades humanas: la seguridad de la muerte, las penurias de la existencia, nuestro anhelo de inmortalidad, de felicidad junto a los seres queridos que ya no están, de una justicia implacable que por fin castigue las culpas y recompense los méritos. Una fe que se hace inexpugnable ante cualquier ataque, que se blinda herméticamente contra toda razón.

“Las barajas del Señor no son fáciles de leer.”
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