La educación sentimental

Mentiría si dijera que leí La educación sentimental de un plumazo. Todo lo contrario. Lo he leído a lo largo del año, dejando pasar meses entre capítulos. En dos ocasiones se me hizo cuesta arriba, pero no quise abandonar porque, a pesar de todo, seguía resultándome una novela muy atractiva.

La información que aporta sobre el momento  histórico hizo que, a veces, yo no lograra ubicarme o perdiera el hilo. Ahora sé, al leer la parte final de esta edición (Dossier genético: cronología de la redacción), la importancia —obsesiva, casi maniaca— de Flaubert para dar verosimilitud, no solo al convulso momento histórico, también a los oficios, lugares y costumbres. Este libro lo hizo trabajar y sudar como si no hubiera un mañana.

Valió la pena.

Es una obra titánica y de la que se pueden aprender y apreciar muchas cosas.

Ya en el prólogo se nos anuncia el porqué del título. Es la entrada a la edad adulta de Frédéric Moreau, un joven burgués de pueblo, y sus correrías por París, intentando hacerse un nombre y una posición. También es una historia de amor, pues Frédéric sufrirá por una mujer casada, Madame Arnoux. Ese estira y afloja entre la Arnoux y  Frédéric no tiene desperdicio.

El aparenteo, la oportunidad fácil, las relaciones sociales tan cambiantes como el clima político en el que se desarrolla la historia, son expuestos como herramientas para sobrevivir y hacerse un lugar en esa sociedad parisina.

Si estos personajes vivieran en la edad de Instagram, la que habrían liado.

La educación sentimental captura la forma en que los sentimientos, los dolores más profundos, las faltas cometidas y no enmendadas, se pueden esconder en un rincón de la conciencia si estos estorban a nuestros fines inmediatos. La política, el matrimonio, las amistades, cualquier aspecto de la vida servirá como peldaño hacia esa dupla aspiracional: fama y dinero. Lo interesante de esta novela son las cosas que se perderán por el camino, los medios de los  que se valdrán para intentar conseguir lo que desean, el retrato al hedonismo y la superficialidad.

Creo que en unos años volveré a esta historia porque siento que hay tanto que se me escapa. Espero volver con mayor conocimiento del periodo, la revolución de 1848, con un poquito más de paciencia para disfrutar las partes que amé y amar algunas nuevas. Mientras tanto hay que seguir leyendo a Flaubert y dejarnos atrapar por esa pluma que siempre se esforzó (y madre mía que lo hizo) por dar lo mejor de lo mejor.