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Cuando contemplamos una obra de arte, del formato que sea, nos sentimos atraídos por su color, forma, incluso tamaño, pero pronto esta atracción inicial queda en un segundo plano por nuestra necesidad de conocer, de saber cada detalle, entender por qué se hizo así y cómo fue el proceso tanto creativo en un sentido plástico como dentro de la mente del artista. En Cuánto azul, Percival Everett juega con el lector dando pinceladas de una gran obra que sólo se nos mostrará en su totalidad cuando asimilemos todo lo que hemos leído, siempre en paralelo con la pintura que está realizando el protagonista. A lo largo de la narración se van alternando capítulos desarrollados en el presente, junto a otros dos contextos del pasado del narrador: El Salvador y París. En estas tres líneas temporales encontraremos al protagonista en distintos escenarios, siempre luchando contra la corriente vital y dejándose, o no, embaucar por el deseo, la confianza, la violencia y la muerte. Al principio puede resultar un poco caótico. Es una narración muy directa, libre y misteriosa, cada palabra es un brochazo y hasta que no tenemos una visión completa no somos conscientes de lo que estamos contemplando y adónde nos ha llevado. En ocasiones durante la lectura me he visto dudando de si estaba llegando a algún punto en concreto, de si había algo que se me escapaba sin darme cuenta y que aunara las tres líneas narrativas, pero es precisamente este desconcierto el que me ha hecho continuar y reflexionar sobre su intencionalidad una vez acabada. Sin embargo, pese a su originalidad, franqueza y capacidad para hacerme reflexionar sobre mi propia existencia, para mí no se ha convertido en una lectura imprescindible. Aun así, es una lectura altamente recomendable y ligera, capaz de mover al lector y fuertemente singular y trabajada. |
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