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Una atmósfera opresora, que cansa el cuerpo y también la mente, que coarta anhelos porque no deja tiempo para pensar. Así es el clima en el que te va sumergiendo “Élise o la vida de verdad”. La novela, que le valió a Clarie Etcherelli el Premio Femina en 1967, nace de la propia experiencia de la autora, que trabajó en una cadena de montaje automovilística. A partir de ahí, crea un personaje, Élise, provisto de la suficiente complejidad y sensibilidad para trasladarnos las diferentes tensiones que se viven en el París de los años 50, marcado por la guerra, por el trabajo, por el temor al diferente, por el abuso de poder. Porque Élise, que ha vivido siempre para Lucien, su hermano, lo seguirá a la capital francesa cuando este decide marcharse de Burdeos, donde ambos residían con su abuela, en busca de otra vida y persiguiendo unos ideales que, en París, chocarán de lleno con la realidad de la que nacen. Allí, ambos conocerán “la vida de verdad” y lidiarán con un entorno laboral que no perdona, marcado por la producción sin pausa, por el trabajo desmesurado, por la tensión racial que se vive en esa fábrica de automóviles en la que ambos trabajan junto a franceses e inmigrantes y en la que Élise, además de todo lo anterior, conocerá a Arezki, un argelino de cuya mano deambulará por las calles periféricas de París, a oscuras, y verá de cerca el temor acechando en cada esquina. Y conocerá, también, el amor. Etcherelli narra en esta novela de manera vívida cómo era la vida de los obreros en ese París previo al del 68, en esa Francia compleja y diversa. Muestra, con sutileza y una prosa profunda, el dolor físico, el ruido de la fábrica, los prejuicios y el racismo. El descubrimiento, en fin, de esa vida dura e implacable que, pese a todo, deja siempre la puerta abierta. |
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