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Crítica de Joserodher


Joserodher
07 August 2023
Escrito en segunda persona por el que parece ser el alter ego maduro del joven Arcadio, consiste en una retahíla de recuerdos de juventud del famoso periodista esmaltados de reflexiones. Rememora su ya lejana juventud a través de la reconstrucción de una estancia en Caprarola (Italia) a finales de los años 70 en plena transición. Resulta bastante deshilvanado y caprichoso el relato, lleno de alusiones políticas a su pasado comunista. Parece una mirada en espejo del Arcadi de hoy al joven idealista de los 70.
Hay ajustes de cuentas con personajes como Vázquez Montalbán o Haro Tecglen, que llegaron a justificar o blanquear, como se diría ahora, el terrorismo en las páginas del semanario “Triunfo”. Las referencias a los atentados de Bultó y Viola y sus justificaciones resultan repugnantes.
Me han parecido especialmente atinadas las reflexiones sobre la lengua cuando dice "En una lengua
están todas las lenguas y su proliferación no merece más respeto que la de una célula cancerosa" (página 130). El considerar la proliferación de las lenguas como metástasis me parece ingenioso. Sigue diciendo en la misma línea: "los daños de la metástasis lingüística son inconmensurables y nunca el Antiguo Testamento fue más veraz y preciso que cuando le atribuyó su carácter de maldición y castigo: «En ese entonces se hablaba un solo idioma en toda la tierra. [...] Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo y se dijo: "Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos"». Las lenguas no solo son prueba de la fragmentación tribal de la especie, sino una importante condición para que el tribalismo sobreviva". Esta reflexión hecha en una Cataluña en la que los separatistas utilizan la que llama "lengua propia" como arma política no puede ser más oportuna.
Es muy agudo el análisis que hace al final del libro (penúltimo capítulo) de cómo el diario El País contaba dos atentados de ETA asumiendo el lenguaje de la banda terrorista y el marco mental de los asesinos y justificando “sutilmente” esas “ejecuciones": una por no pagar el impuesto revolucionario y supuestamente delatar al extorsionador y otra por ser presuntamente de ideología ultraderechista. Ese periodismo lo enmarca en el momento histórico de la transición (año 1977) y acaba con la siguiente reflexión: “El periodismo es, exactamente, el instrumento moderno que permite demostrar por qué cualquier tiempo pasado fue peor”.
Las referencias a su infancia humilde (hijo de un portero de edificio burgués) y su relación con su juvenil militancia comunista se reiteran con cierta frecuencia.
No estamos ante una narración lineal. Las reflexiones y ocurrencias se suceden sin criterio claro. El texto es desordenado y podría leerse salteándose los capítulos (que por cierto no se llaman así ni van numerados).
Desconcierta con frecuencia, no se sabe qué estamos leyendo. A veces juega al ensayo más o menos sesudo mezclado con lo memorialístico. Insiste mucho en la imposibilidad del libre albedrío. Ese determinismo que excluye la responsabilidad individual no puedo compartirlo.
Mantiene el interés, aunque a veces te sientas perdido. Si no se comparten las referencias políticas y no se conoce el ambiente que retrata puede resultar farragoso.
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