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“La música en 100 preguntas” es un libro con muchos aciertos y algunos desaciertos que enturbian sensiblemente lo que podía haber sido un magnífico tomo divulgativo. El trabajo realizado por el autor, Jorge Escavias Vacas, es incuestionable. Riguroso, bien documentado, muy rico en detalles, en historia. Rezuman las páginas su pasión por la música, y es algo que en ciertos momentos se agradece. En cada capítulo (o pregunta), acompaña un cuadro con dos audiciones ilustrativas del tema tratado, un detalle interesante que me ha recordado muchas piezas imprescindibles y me ha dado a conocer otras muchas obras curiosas de diferentes estilos y países. Esto ha convertido la experiencia de la lectura en algo mucho más ameno y estimulante. Tal vez el mayor problema lo he encontrado en la pretensión, o puede que sea simplemente en la diferencia entre lo que esperaba y lo que realmente había. En la contraportada del libro, la editorial cuenta cómo es su colección: “100 preguntas esenciales: rigor y amenidad...” Rigor, sí. Amenidad, no. “Libros rigurosos pero de fácil lectura”. Rigurosos, sí. De fácil lectura, no. Tal vez este haya sido el principal problema, que el libro se encuentra en tierra de nadie. En mi caso concreto, tengo algunos conocimientos musicales y debo reconocer que muchos fragmentos se me han hecho atragantadizos. El libro barre tantísimo en tan pocas páginas que resulta imposible para un lego en la materia entender mucho de lo que se cuenta. Por poner un ejemplo concreto, en un fragmento se dice que “dos sonidos tocados de forma simultánea suenan de forma consonante, es decir agradables al oído, si se encontraban próximos el uno del otro, en la serie de armónicos naturales. Y disonantes si están alejados. De esta manera los intervalos de 8ª, 5ª y 4ª justas resultaban más agradables de escuchar que intervalos de 2ª o 7ª”. Esto no está al alcance de cualquier, y requiere conocimientos previos de lenguaje musical (a pesar de que antes se haya explicado qué es un intervalo). El libro no cuenta con un factor que ha de ser importante en cualquier libro de divulgación: la asimilación. En este punto he pedido a alguien cercano a mí, profesional de la música, que leyera unos cuantos capítulos. Su respuesta ha sido clara: “todo lo que cuenta ya lo sabía, no me dice nada nuevo”. Así pues, empiezo a creer que se trata de un libro que está, como ya he dicho, en tierra de nadie: excesivamente abarcador para un interesado sin conocimientos de lenguaje musical, y demasiado superficial para un músico. A medida que avanzo en la lectura intento buscar qué es lo que no funciona, qué me está sacando realmente del libro. al final, después de verlo con perspectiva, creo que el mayor problema no es el autor, que como bien he dicho, se ha trabajado un libro soberbio en cuanto a contenido y material, y ha hecho un barrido por historia, instrumentos, estilos, composición... incluso por la naturaleza de la música. El problema es la edición. El formato en el que lo ha encorsetado la editorial: “La música en 100 preguntas”. Me sobran bastantes preguntas. Me sobra que muchas de ellas jueguen al engaño, que otras muchas no aporten demasiado, o que resulte tan difícil poder utilizar este libro como un futuro ejemplar de consulta, que es lo que debería ser. Lo volveré a ilustrar con un ejemplo. Una pregunta es: ¿Shakira y Mozart tienen algo en común? Detrás de este apartado de título se esconde un punto que conocía pero que no deja de resultarme interesante, y es el oído absoluto. Hubiese sido más sensato titular el capítulo “¿Qué es el oído absoluto?”, para poder buscar en el futuro, y dejar tranquila a Shakira. O títulos como “Músicas instrumental y vocal. ¿Compañeras o rivales?”, que de tan fácil respuesta no dan pie a adentrarse en lo que fuere que el autor quisiera explicar en el apartado. Y es que tal vez el libro hubiese funcionado mejor con menos preguntas, menos ambiguas, más al estilo de las revistas de divulgación científica, al alcance de cualquiera (aunque no tenga conocimientos concretos). Por compararlo con uno de mis referentes, “Introducción a la ciencia”, de Isaac Asimov, es un libro en el que el primer compañero de viaje es el índice. Puedes navegar por el índice y decir, aquí voy, y aquí aprendo. Precisamente esto no ocurre aquí, porque si quisiera saber qué diferencia hay entre ópera y zarzuela, tengo que saber que la información está en un apartado titulado “El barbero de Sevilla y el barberillo de Lavapiés, ¿pertenecen al mismo género musical?”. No sabía cómo afrontar esta reseña porque durante toda la lectura he tenido sentimientos encontrados (a veces he disfrutado, a veces me he aburrido, otras me he perdido...), pero creo que la clave me la dio el propio autor en el inicio de uno de los puntos: “Preguntemos a nuestros amigos cuántos han logrado terminar una lectura de Ulises, de James Joyce, y cuántos de El señor de los anillos. Dejemos a un lado las consideraciones estéticas y comprobaremos que la novela de Joyce, aun constituyendo un auténtico paradigma dentro de la literatura universal, pierde la partida de forma abultada. Su estructura compleja que culmina con un auténtico desafío al intelecto en el memorable final sin apenas signos de puntuación (...) o el collage de estilos que inundan sus páginas no hacen sino desorientar constantemente al lector, volviendo complicado encontrar la organización subyacente”. En definitiva, un libro con mucho material interesante, con una edición más que destacable, con mucho que aportar (me ha encantado saber que “fade out” es el nombre que recibe esa forma de terminar una canción bajándole el volumen progresivamente, y que el nombre de las notas musicales procede un poema), pero que en mi opinión debería haber replanteado mejor el orden y las preguntas, porque el mayor interés de este tipo de libros está en la no linealidad de su lectura, es decir, en que el lector pueda mirar el índice y empezarlo en la página 80. |
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