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“𝕄𝕖 𝕢𝕦𝕖𝕕𝕒𝕣𝕖́ 𝕒𝕘𝕦𝕒𝕣𝕕𝕒𝕟𝕕𝕠 𝕒 𝕢𝕦𝕖 𝕞𝕖 𝕒𝕝𝕔𝕒𝕟𝕔𝕖 𝕞𝕚 𝕡𝕣𝕠𝕡𝕚𝕒 𝕒𝕝𝕞𝕒. 𝔻𝕖𝕤𝕡𝕦𝕖́𝕤, 𝕖𝕩𝕡𝕦𝕣𝕘𝕒𝕣𝕖́ 𝕝𝕠𝕤 𝕒𝕔𝕠𝕟𝕥𝕖𝕔𝕚𝕞𝕚𝕖𝕟𝕥𝕠𝕤 𝕣𝕖𝕔𝕚𝕖𝕟𝕥𝕖𝕤 𝕔𝕠𝕞𝕠 𝕖𝕝 𝕢𝕦𝕖 𝕝𝕖 𝕢𝕦𝕚𝕥𝕒 𝕝𝕒𝕤 𝕣𝕒𝕤𝕡𝕒𝕤 𝕒 𝕦𝕟 𝕡𝕖𝕤𝕔𝕒𝕕𝕠. 𝔻𝕖𝕤𝕟𝕦𝕕𝕒𝕣𝕖́ 𝕒 𝕔𝕒𝕕𝕒 𝕦𝕟𝕠 𝕡𝕠𝕣 𝕤𝕖𝕡𝕒𝕣𝕒𝕕𝕠 𝕪 𝕞𝕖 𝕢𝕦𝕖𝕕𝕒𝕣𝕖́ 𝕞𝕚𝕣𝕒́𝕟𝕕𝕠𝕝𝕠𝕤 𝕙𝕒𝕤𝕥𝕒 𝕢𝕦𝕖 𝕝𝕠𝕤 𝕔𝕠𝕞𝕡𝕣𝕖𝕟𝕕𝕒 𝕪 𝕡𝕦𝕖𝕕𝕒 𝕧𝕠𝕝𝕧𝕖𝕣 𝕒 𝕘𝕦𝕒𝕣𝕕𝕒𝕣𝕝𝕠𝕤 𝕖𝕟 𝕞𝕚 𝕚𝕟𝕥𝕖𝕣𝕚𝕠𝕣, 𝕦𝕟𝕠 𝕒 𝕦𝕟𝕠, 𝕠𝕣𝕕𝕖𝕟𝕒𝕕𝕠𝕤 𝕕𝕖 𝕒𝕝𝕘𝕦́𝕟 𝕞𝕠𝕕𝕠 𝕦 𝕠𝕥𝕣𝕠”. Con una narración a cuatro voces, la autora nos lleva en esta su segunda novela a la Suecia del año 1855. Una masacre ocurrida en la pequeña aldea de Blackåsen es el motivo que inicia el viaje del mineralogista Magnus Stille que, acompañado de su cuñada Lovisa, una joven con problemas con la autoridad, se dirige al norte con el encargo de averiguar qué ha pasado. Durante su estancia, aprovechará para cartografiar la misteriosa montaña que se alza junto a la remota población, pero ocurrirá lo que nadie espera y todos descubrirán cosas que tal vez debieran de haber quedado enterradas para siempre en la memoria. La prosa es maravillosa. Consigue, sin anticiparte quién es el personaje que nos relata en primera persona cada parte, que te des cuenta enseguida de quién se trata. La voz calmada y reflexiva de Ester (mi favorita), la más impetuosa y ansiosa de Lovisa, la narración que asemeja las notas en un diario de Magnus… son perfectamente distinguibles entre sí. La ambientación y las descripciones también me han encantado. Sin duda es una autora que volveré a leer. |
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