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Crítica de Guille63


Guille63
13 March 2023
“— Uno nunca sabe si lo que le sucede es, en definitiva, para bien o para mal.”

Qué torpe puedo ser a veces y qué importante es en ocasiones encontrar la perspectiva adecuada desde la que afrontar una lectura. En fin, que tardé más de lo deseable en darme cuenta cabal de toda la carga satírica de fondo que tenía la novela tras una superficie que me parecía anodina en muchos pasajes. Por supuesto, no me refiero a toda esa corte de indolentes y botarates para los que la burla mordaz era más que evidente. El problema era descubrirla también en los personajes principales. de tal modo que, dado el carácter irónico que poseía mucho de lo que el autor ponía en sus bocas, tampoco era siempre fácil discernir aquello que quería defender de lo que se proponía descalificar. Lo que sí era absolutamente palmario era el amor que sentía el autor por su Lisboa pese a los muchos exabruptos que le dedica lleno de rabia por el panorama que su amada ciudad le ofrecía.

“Aquella Lisboa miguelista, caótica como un Túnez berberisco, dominada por una conjuración apostólica de frailes y cocheros que tronaban en capillas y tabernas, un populacho beatón, sucio y feroz, que alternaba la exposición del Santísimo Sacramento con el culto de los toriles, y que suspiraba tumultuosamente por un príncipe que encarnaba con creces sus vicios y pasiones...”

De lo que creo que tengo que avisarles a ustedes es de que no encontrarán aquí un retrato de toda la sociedad portuguesa de la época, como se dice en casi cada comentario sobre la novela que puedan llegar a leer, incluido el prólogo de mi edición que recomiendo encarecidamente no leer hasta haber terminado la obra si no quieren desvelamientos innecesarios. A no ser que se entienda por sociedad únicamente a toda esta panda variopinta de aristócratas y burgueses más o menos de medio pelo, junto a algún artista o proyecto de ello, para los que la vida consistía en una mera sucesión de cenas y comidas, fiestas y saraos, reuniones en restaurantes, casas privadas, clubes y teatros y para los que el verbo trabajar parecía no haberse conjugado en ninguna de sus formas verbales.

"—Creo que toda persona debería contribuir de alguna manera a la civilización de su país. —¡Bien hablado, señor Salcede!, gritó Afonso. ¡Has dicho algo grandioso y noble!… —¿Tú? llegó el grito de todos lados. ¿Qué has hecho por la civilización? —¡He pedido un vestido blanco para el día de las carreras y llevaré un velo azul en mi sombrero!"

Y harán bien en fijarse en el subtítulo de la novela, "Episodios de la vida romántica", porque en las conversaciones que mantiene estos caballeros durante todas esas reuniones no se habla de otra cosa, mujeres, mujeres y mujeres, el placer que procuran, la pesadez en la que se convierten al poco tiempo y lo mucho que cuesta al final deshacerse de ellas. Y, por cierto, esfuerzos que únicamente eran dirigidos a casadas y putas, estas últimas españolas en su gran mayoría.

“…el poeta de Voces de aurora, que durante veinte años, en cancioncillas y odas, propusiera lúbrico comercio a todas las damas de la capital; el novelista de Elvira, que, en novela y en drama, hiciera propaganda del amor ilegítimo, pintando los deberes conyugales como montañas de tedio, otorgando a todos los maridos formas grasientas y bestiales, y a todos los amantes la belleza, el esplendor y el genio de los antiguos Apolos; el mismísimo Tomás de Alencar, que —si hemos de creer las confesiones autobiográficas de Flor de martirio— había llevado una existencia hedionda de adulterios, lubricidades varias, orgías, que había vivido entre terciopelos y vinos de Chipre, iba a ser, de ahora en adelante, austero, incorruptible, un baluarte de pudicia, el atento censor de libros, periódicos, teatros.”

Para ser justos he de decir que no solo se hablaba de mujeres en estas reuniones —exclusivamente de caballeros pues las mujeres solo tenían dos deberes, ser bellas y estúpidas—, también se filosofaba acerca del carácter portugués, de sus males milenarios, incluso de la revolución por venir, todo lo cual adquiría “un toque de distinción con la presencia del criado de librea abriendo las botellas de cerveza, sirviendo las croquetas”.

“El portugués nunca podrá ser hombre de ideas por culpa de su amor a la forma. Por esa manía suya de las frases hermosas, ese gusto por el brillo, la música. Si es preciso, con tal de que una frase gane en belleza, falsea la idea sin el menor empacho, o la deja incompleta o la exagera... El pensamiento se hunde, pero se salva la frase… Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.”

También era el portugués, si nos atenemos a lo que el autor nos cuenta, proclive a los grandes propósitos repletos de buenas intenciones. También a no cumplirlos nunca. Cada quién iba a escribir el gran libro que revolucionaría el aborregado panorama literario, componer la música que los nuevos tiempos necesitaban, lograr el gran descubrimiento científico, publicar la revista definitiva que trajera al país los grandes avances del mundo entero. al final, todo se reducía a pedir otra botella de champán al aburrido camarero, a seguir engordando sus patéticas colecciones de bric-à-brac y, en el mejor de los casos, a que el laboratorio, que nunca llegará a ser utilizado para su propósito, sea decorado todo lo chic posible.

“Lo que más le dolía era que Ega, con su talento, con su verve chispeante, no hiciese nada...—Nadie hace nada —dijo Carlos desperezándose—. Tú, por ejemplo, ¿qué haces? Cruges, después de un silencio, gruñó encogiéndose de hombros: —Si yo hiciera una buena ópera, ¿quién me la iba a representar?— Y si Ega escribiese un gran libro, ¿quién lo leería? El maestro sentenció: —¡Esto es un país imposible!... Creo que yo también tomaré café.”

Por supuesto, no solo hay sátira en toda esta historia, también hay una gran tragedia, una tragedia folletinesca en la que no faltan enredos de cama, amores desdichados y apasionados, suicidios, traiciones, venganzas, sorpresas, retorcimientos argumentales casi inverosímiles y un claro afán moralizante. Los amores son todos trágicos o superficiales, acaban mal o en la monotonía y la pesadez. Y a pesar de todo se ensalza el sentimiento, “Risas o lágrimas, ¿qué importaba?... ¡Lo importante era sentir, era vivir!”, y se desprecia la razón, y así no queda más alternativa “o uno es un insensato o es un desaborido”.

En sus párrafos finales, la novela culmina con una ironía más a expensas de sus dos protagonistas masculinos, Carlos y Ega, porque también la novela es una gran historia de amistad, haciendo una exaltación de un estilo de vida estoico en el que no haya ni esperanzas ni desilusiones, que solo requiera dejarse ir sin “hacer el menor esfuerzo, correr detrás de nada… ni del amor, ni de la gloria, ni del dinero, ni del poder” mientras ambos se apresuran desesperados tras un tranvía que se les va.
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