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Crítica de Ferrer


Ferrer
08 January 2023
Andrea Dunbar (1961-1990) está considerada como una dramaturga que retrata en sus piezas cómo la violencia derivada de la miseria social, fruto en su caso de las políticas desarrolladas por el thatcherismo, se traslada al seno familiar a modo de calvario cotidiano, en la línea de los angry young men o jóvenes airados de los cincuenta como John Osbourne y Arnold Wesker.
Dunbar escribe The Arbor (1977), el nombre del proyecto urbanístico donde reside, con un bolígrafo de tinta verde y la editorial ha respetado ese color de la tinta. Protagoniza por Chica, una impetuosa adolescente de quince años con una voz desamparada inmersa en una espiral de frustraciones, pero capaz de alzarse contra los abusos de la sociedad, a pesar de estar abocada a la fatalidad. Su incapacidad para medir las consecuencias de sus actos provoca un embarazo no deseado fruto de una relación fugaz y espontánea. Apática, sin encanto, vulgar, mal encarada, arisca, carente de sensibilidad, criada en una familia desestructurada entre menosprecios, violencia verbal, rechazo frontal a la autoridad y el desprecio al futuro.
La segunda de las obras Rita, Shue y Bob too (1982) es un retrato de un similar escenario sin futuro para las dos protagonistas, igualmente de clase obrera y envueltas en una hostilidad social, dos amigas adolescentes que trabajan de canguro para el joven Bob. Los tres protagonistas forman un trío sexual a espaldas de Michelle, la mujer de Bob. Sue: “Mientras estés vivo, es lo único que cuenta”. Los tres queman los días con sexo promiscuo sin pensar en el mañana, reproducen algunas frases que figuran en The Arbor y se desenvuelven en una patética sociedad machista y sin valores en lo que es una radiografía no solo de las dos adolescentes sin recursos, sino de una sociedad donde nada importa salvo uno mismo.
Finalmente, la última de las obras es Shirley (1986). Protagonizada por Shirley y su Madre, en ella persisten los subsidios, los delitos menores, las infidelidades, el alcohol, la violencia verbal. Shirley: “Es lo que hay. Qué se le va a hacer”. El personaje de la Madre es idéntico al de la hija, una constante en Dunbar (círculo vicioso), como también se tiende a normalizar la desafección familiar y la insolencia. Shirley: “Yo te hablo como me da la puta gana”. Los diálogos paralelos potencian ese mencionado efecto de círculo vicioso, de que no hay salida ni esperanza, de que la historia se repite de padres a hijos porque no hay alternativa alguna, solo malquerencia. Roy: “Cuando llegan a esa edad no se les puede decir nada. Hará lo que le dé la gana y da lo mismo que pienses si está mal o no, ella siempre creerá que hace bien”. El novio de la madre, Roy, es el único contrapunto. Roy: “Parecen animales sueltos (…). Llevo viviendo aquí… como nueve meses. Y lo único que he sacado es maltrato a punta de pala”. Roy, como Eddie el novio de Shirley, adoptan una decisión final que parece dejar un resquicio a la esperanza, pero las dos protagonistas disipan las dudas al final de la obra. Esta es la crudeza abrasiva del teatro social de Dunbar, quien fuera una nueva joven airada.
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