LA LEY DE LOS VARONES

Una oportuna indigestión dejó a Clemencia (segunda esposa de Luis el Obstinado) viuda y Francia sin rey.

¡Qué no cunda el pánico! Antes, Luis el Obstinado (y también, un poco envenenado) hizo los deberes y los Capetos tienen por donde medrar.

El problema es que por un lado Juana de Francia fue eliminada de la línea de sucesión por los pequeños amoríos de mamá que acabaron con la bastardía de la infanta y la letal "inflamación de garganta" de Margarita.(primera esposa de Luis el Obstinado)

Ah pero...en el vientre de la pía reina viuda germina la semilla real del difunto Luis, y como no sabemos si será niña o niño, toca esperar porque en la edad media imperaba la ley de los varones, que a eso vamos.

Como quiera que Clemencia sigue en su mundo y lo que se tercia, ahora, es un regente, alguien tendrá que hacerse cargo del país.

Para esto tampoco faltan candidatos, y así, dos de los tres pretendientes ponen pies en polvorosa rumbo a París para mecer la cuna de quien no ha nacido aún.

Sin embargo, el más listo de la clase, al que llaman Felipe de Poitiers se queda arreglando unos asuntillos en Lyon.
Poca cosa. Reúne a todos los cardenales en la iglesia y mientras ellos oran, él labora.
El de Poitiers, algo travieso, tapia todas las salidas de la Santa casa y allí los deja, a pan y agua hasta que decidan quien será el próximo vicario de Cristo.
El resultado es el esperado.
¡Habemus Papam!
Por supuesto, de su conveniencia.

¿Y por qué es tan importante esto? Por la sencilla razón de que el Papa cuenta con recursos económicos y militares que le vendrán de maravilla a Felipe para conseguir la regencia del nonato.

De esta guisa arranca la cuarta entrega de la saga "Los reyes malditos" sin duda, la mejor hasta ahora.

Primero porque Druon derrocha ironía por todos los poros de su piel y logra llevarlos de la mano de una trama que presta mucho a ello.

No se salva uno. La codicia es el gen dominante de esta simpática familia y las intrigas palaciegas el deporte nacional.

A mesa puesta, el lector disfrutará de un banquete de mezquindad. Que de eso no se libra ni el apuntador.

El autor hace gala de una excelente documentación, incluso cuando opta por el camino más valiente.
El de una leyenda de la que no os puedo hablar, claro, pues hacerlo sería de mal gusto.

Una lectura apasionante de una historia de Francia que se empeñó una y otra vez en cumplir con la maldición de Jacques de Molay en la hoguera.

Una saga de magistral factura que no envejece, que se mantiene fresca y dinámica mientras va cumpliendo años y que por su calidad, trascenderá muchos más.

No queda otro remedio que ir a por la quinta entrega.
¡Fascinado es poco!