 |
Los Fresnos es una localidad que sobrevive a una ola de crímenes desde hace una década por lo que que su población convive con el miedo y una serie de prevenciones significativas que pasa por la laxitud en la reglamentación de armas, evitar parques o descampados (que proliferan, será por la huida poblacional) o no salir cuando cae la noche. La protagonista, diagnosticada con una anomalía sanguínea por la que tiene que recibir transfusiones cada cierto tiempo, empieza a experimentar cambios lo que la acercará a quien una vez salvó su vida y a la realidad de lo que le aqueja a ella y a su pueblo. La decisión que toma al respecto es la clave que significa la obra con verosimilitud por encima de la masa de historias que componen esta galaxia. Es una novela tirando para corta (227 páginas) de narrador único, en primera persona, que oculta datos de forma premeditada. Las frases no son largas, el lenguaje es preciso (es un descanso encontrar historias casi libres de doble adjetivación) predomina la acción a la descripción, pero cuando esta aparece lo hace con solvencia. al respecto indicaré que en Vitae, no te enamores de un monstruo he leído una de las mejores descripciones de un beso de las que tengo memoria. Empieza, casi, en un lugar común (niña herida en accidente durante excursión escolar, salvada por médico en acto heroico) lo cual puede disuadir de continuar con la lectura a quien no caiga en la cuenta de que ese arranque está primorosamente compuesto para encajar en el género, casi demasiado. El salto elíptico que sigue (nos plantamos en los veinticinco años nada más y nada menos), en el que la novela tiene su inicio real, rompe con la premisa básica y nos deja en un tablero de juego inquietante por descubrir. Hay que destacar que la autora usa unos recursos que rozan la genialidad; como que distintos personajes, con sus comentarios, sean los encargados de describir a la protagonista y, de paso, dejar pintadas hasta sus intenciones para con ella (eliminando la limitación que el narrador en primera persona). También usa un juego precioso de inducciones y sugerencias, antes de enfrentarte con la realidad onírica, que obliga a entusiasmarte con la situación por más dura que sea. Esto lo intercala con un paseo por el estado emocional para que no falte ingrediente en el plato que nos sirve. Por último, aunque podría extenderme (esta obra es una mina de recursos originales), para las escenas incómodas (poca gente sabe lidiar con ellas y salir triunfante) vuelve a usar una maniobra envolvente: inducción, reacción impulsiva y consecuencia esperada solo por la insinuación previa. Estamos ante una novela devorable de esas en las que paladeas párrafos, uno tras otro, sabiendo que se está fraguando lo peor, poquito a poco, deseando que pase y temiéndolo con la misma intensidad. |
>
