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Nos encontramos en ese profundo sur estadounidense, entre esa llamada basura blanca que gusta de refocilarse en su barbarie, que renuncia a cualquier clase de ayuda como si ello significara reconocer su fracaso, esa gente que prefiere ahogarse en el barro que exponer sus taras al mundo. Y como en esas películas del oeste, tenemos a dos hombres enfrentados, dos hombres que representan polos opuestos de enfrentarse a la vida. Teniendo de fondo un episodio de brutalidad contra una belleza blanca supuestamente cometido por un hombre negro en peligro de linchamiento, vamos conociendo a la corte que rodea a un famoso cantante de góspel de alma atormentada y supuestos poderes curativos que vuelve a su localidad de origen, un mesías irreconciliable con su causa, atormentado por la farsa de la que es protagonista ante la multitud de impedidos o deformes, física o espiritualmente, que van tras sus pasos. Un mesías que quiere huir de sus orígenes y de su María Magdalena a base de profanar su capilla una y otra vez en una viciosa escalada sin salida. Y frente a esta beldad de voz divina encontramos al ser deforme, al enano de pie monstruoso procedente de lo más selecto de la ciudadanía norteamericana que posee unas enormes ganas de disfrutar de la vida y la sabiduría más que suficiente para conseguirlo, por muy grotesco que sea el camino. Puede que no sea un libro perfecto (no hay que olvidar que es una primera novela) pero este relato, de ritmo algo lento en sus inicios, muy de sol de justicia, y cuyos acontecimientos se van sucediendo de forma cada vez más angustiosa envueltos en una fina e incesante lluvia, suena a culpa pero también a la necesidad de esperanza o, al menos, de justificación del fracaso, y siempre a verdad. |
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