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Hay en el continente australiano una zona conocida como Outback que ocupa aproximadamente el 80% de su extensión. Se trata de la parte interior de la isla, un paraje semidesértico e inhóspito apenas habitado y cuyo día a día es complicado. Es en esa zona en la que se desarrolla esta novela escrita en 1961. El protagonista es John Grant, un joven profesor destinado en un remoto pueblo que se dispone a viajar a Sidney para pasar las vacaciones de verano y así cargar pilas para el nuevo curso escolar. El viaje es largo y su primera parada será en Bundanyabba, una localidad algo más grande que el pueblo del que sale y con personalidad propia. Sus habitantes son hospitalarios y aman su tierra, no creen que haya un lugar mejor, ni se plantean la necesidad de irse de allí. Han optado por disfrutar del aislamiento que la geografía y la naturaleza les ha impuesto en lugar de luchar contra él. Sin embargo a Grant esta actitud le repele, casi la toma como una agresión, y aunque no tiene más remedio que seguirles la corriente lo que siente es un rechazo total por la ciudad y por ellos. Esta reacción se debe en gran medida a un esnobismo y clasismo que no le llevará a nada bueno, mucho menos tratándose de una persona con su debilidad de espíritu e incapaz de desenvolverse en la atmósfera del lugar. Conforme avanza la lectura, Grant me recordaba a un funambulista que camina hacia el desastre con los ojos vendados y sin red. Pero no a uno profesional y entrenado, sino a uno que se sube a la cuerda después de pasar la noche siendo invitado a cervezas por desconocidos y que se mueve por su falsa seguridad de hombre superior. Es una novela muy recomendable y hay que agradecer a Sajalín editores que nos haya acercado este universo tan lejano como es el del Never Never australiano. No dejéis de leer tampoco el prólogo de Kiko Amat, siempre tan acertado, interesante y divertido. Y una mención especial para los canguros, lo merecen sin duda. |
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