El club de los optimistas

“Tiene ganas de gritar, de chillar, de llorar, pero traga saliva. Ella que pensaba que lo que tenía era una gastroenteritis, o que tal vez había abusado de la juerga con Victor unos días antes. El mal era más pérfido. Ahora tenía que vivir con esta realidad y esta espada de Damocles encima de su cabeza.” ~ El club de los optimistas de Gavin's Clemente-Ruiz.

Me alejo un poco de psicópatas asesinos para acercarme al lado más real de la muerte con un libro que es un canto a la vida y está lleno de amor. En “El club de los optimistas”, cuatro personajes se enfrentan a un diagnóstico de cáncer e inician juntos el tratamiento. Conocemos a Bea, a Samuel, a Elizabeth y a la joven Alice. Los cuatro coinciden en la sala de quimioterapia en uno de los momentos más duros de su vida. Ellos y sus acompañantes.

El libro refleja las diferentes formas en la que cada uno de ellos responde a la situación que tienen que enfrentar: el humor, la negación, el rechazo, la huida, el raciocinio… Y todos se van contagiando con el ánimo de Bea que ha decidido no plegarse a la realidad e intentar aferrarse al 25 % de probabilidades que le dan de salir adelante.

Todos tienen en mente un factor común: el tiempo. Porque como bien recoge Bea en su libreta verde, “aunque no recuperemos el tiempo perdido, podemos decidir no seguir perdiéndolo”. Y este grupo ha optado por lo primero, creando el llamado Club de los optimistas, en el que se apoyan, consuelan, animan y destilan sus miedos.

El libro es de lectura muy ágil y un homenaje del autor a su madre. Sin embargo, a mi me ha parecido excesivamente “buen rollista” con poca profundidad en los otros sentimientos sobre los que pasa de puntillas. Comprendo, y comparto, el mensaje de fondo: Una actitud positiva es fundamental para afrontar una enfermedad. Pero no comprendo, ni comparto, el exceso de optimismo de estos personajes. Hubiese estado más de acuerdo si en algún momento hubiesen flaqueado sus fuerzas, sus dudas, o apareciesen miedos pero el autor les aferró a una actitud de jolgorio constante que me ha parecido exagerada. Eso sí, al final eché una lagrimita.