Un cajón caótico

Mis abuelos tenían un cajón fascinante en aquella cocina naranja y blanca, tan setentera, de mi infancia. Era el primero, pasada la despensa, y estaba estratégicamente colocado al lado de mi sillita de madera. Ideal para subirse en cualquier descuido, abrirlo para saltar dentro. Allí estaban algunas cajitas viejas, con varias pegatinas, que mi abuelo utilizó en algún pasado en el que yo ni existía y él, entre otros oficios, se dedicaba a enseñar tapicería. Alguna tenía sellos; otra, un mosaico de botones de colores; la siguiente, alguna fotografía que esperaba, paciente, su incorporación a un álbum... También estaban, para mi deleite, las dos monedas de Alfonso XII, sin patillas y con patillas, todas mis velas de cumpleaños, una labor de costura de mi bisabuela, que usaban para no quemarse con las tapas de las ollas y las esquelas. Esos trozos de periódicos, cuidadosamente recortados, con tanto negro, que ahogaba un poco mirarlos demasiado. Mi abuelo se propuso toda la vida ordenar aquel caos, aunque yo creo que, en realidad, nunca pensó que hacerlo fuera una buena idea. Y en cuanto escuchaba mi silla contra las baldosas, carraspeaba y preguntaba desde el salón: "¿Ya estamos otra vez asomándonos a las profundidades?" Toda la vida. Siempre me ha atraído el abismo.

Esa gaveta llena de maravillas es Un cajón caótico (2020), de Christian Martínez Silva, en el que prosa y verso bailan en perfecta sincronía al ritmo de los latidos de la existencia. Empujado por los recuerdos de la infancia, los deseos, el amor por el trabajo bien hecho y empeñado en mostrar, no solo nombrar, una realidad que duele, nos acompaña de visita a la casa de la mujer que vivió tres siglos, a jugar a las damas con el más valiente contendiente y nos invita a mirarnos en el espejo. Y a aceptar lo que somos. A quererlo. A querernos. Y a salir a la luz. A querer sin descanso y a permitir que nos quieran. Quitándole la máscara a los malvados, dejándolos solos, atrapados en su propio cuento. Porque la libertad es aceptar que no somos eternos y que bailaremos sobre las agujas del reloj sin que nos detenga el miedo.
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