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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
08 February 2024
Mary Cholmondeley es de esas autoras de finales del siglo XIX y principios del XX que por la razón que sea apenas es conocida en castellano. Aun así, desde hace algunos años dos editoriales (Periférica y Nocturna) están recuperando su obra, algo que debemos celebrar quienes gustamos de conocer a nuevas autoras de determinados periodos literarios. La que hoy os traigo, Un guiso de lentejas, la novela que le granjeó el éxito, fue publicada hace tres años por Nocturna (editorial de la que ya os he dicho varias veces que tiene una colección de clásicos que pasa muy desapercibida y no debería), y merece mucho la pena para entender el movimiento de las New Women a finales del siglo XIX (del que también os hablé en Historia de una tienda, de Amy Levy) y el cambio social que se estaba produciendo en cuanto al papel de la mujer en la sociedad y su libertad a la hora de escoger su camino en la vida.

En esta historia las dos protagonistas principales, Rachel West y Hester Gresley, son dos mujeres diametralmente opuestas unidas por una amistad que traspasa estatus sociales diferentes, caracteres dispares y una forma de ver la vida y enfrentarse a ella atípica en sí misma en ambos casos, pero igualmente divergente. Por un lado tenemos a Rachel, de clase social trabajadora y que, tras la muerte de sus padres, queda en una situación económica muy precaria. Se gana la vida como puede y comienza una relación con un hombre durante años con quien no se casa porque él busca en una esposa a una mujer con dinero y buena posición social. La suerte de Rachel cambia cuando recibe una herencia inesperada y se convierte en una de las solteras más cotizadas de Londres. Por otro lado tenemos a Hester, que sí es de clase social alta pero que tras morir la tía con la que vivía, se traslada al campo a vivir en casa de su hermano clérigo y la familia de este. Hester es escritora, ya ha publicado un libro que ha sido la comidilla de su entorno social, y en casa de su hermano está escribiendo la que será su obra maestra, en la que se está dejando la salud y sobre la que gira toda su existencia. Ambas mujeres han tomado caminos muy diferentes, pero cada una tendrá que enfrentarse a retos y dificultades inherentes a una época que estaba en pleno cambio, con un pie ya en el siglo XX pero echando siempre la vista atrás a las costumbres y tradiciones de la época victoriana.

Una vez desglosada la sinopsis, os advierto de una cosa. al hablaros de El diamante de Moonfleet os comenté que lo había leído cinco meses atrás y con Un guiso de lentejas me pasa exactamente lo mismo. Encima tengo la mala costumbre de no tomar notas y tengo que tirar totalmente de memoria, así que me disculpáis si no entro en mucho detalle (era esto u olvidarme del tema y no traerlo por aquí...).

El libro comienza realmente con la historia de una infidelidad y con un personaje del que no os he hablado en la sinopsis pero que resulta crucial durante toda la novela. Este personaje es Hugh Scarlett, del que nada más abrir el libro descubrimos que se dirige a casa de lady Newhaven, mujer casada con la que inició un romance meses atrás. Hugh está dispuesto a terminar con esta relación esa misma noche, pero no se espera lo que ocurre una vez que llega a la casa... y ese algo que no se espera, ese algo que no os puedo contar aquí, condiciona no solo su propio futuro, sino el de una de nuestras protagonistas, Rachel. El futuro de estos dos personajes está irrevocablemente enlazado desde el principio hasta el final de las páginas, pero ese futuro, al mismo tiempo, no les pertenece por culpa precisamente del concepto del honor tan anquilosado en un siglo XIX ya casi desaparecido pero que seguía arrastrando estándares de conducta que no admitían ningún tipo de discusión dentro de determinados estratos sociales: antes la muerte que traer vergüenza a la familia.

Esto os lo cuento porque la pobre Rachel (uno de los dos pilares de esta novela), aun siendo enormemente rica, aun habiendo rechazado montones de propuestas de matrimonio (desde que es rica, claro... antes no quería casarse nadie con ella), aun siendo independiente económicamente y sin ninguna carga familiar, aun pudiendo hacer de su capa un sayo y vivir su vida del modo que ella quiera, se enamora del único hombre que, por circunstancias que desconoce, no puede casarse con ella (bueno, poder puede, pero lo que os decía arriba... el honor de caballero y esas cosas). A todo esto se une que Rachel es humilde y sensata, de esas que se ven catapultadas a vivir en la alta sociedad y alternar en ella pero que se siente mucho más cómoda y cercana con el trabajador de a pie que pasa dificultades para llegar a fin de mes, y eso hace que aunque tiene amistades muy fieles que darían la vida por ella, se protege mucho de todo y de todos. Es el paño de lágrimas de las personas más inesperadas (y que no merecen tal privilegio), pero ella no llora en el hombro de nadie y lo sufre todo en soledad.

Y luego tenemos a Hester, a la que también llamaré pobre Hester, que tras mudarse al campo vive en un entorno social completamente diferente al de Rachel, donde se pasa la vida escribiendo en su habitación o alternando con su hermano, su cuñada y sus sobrinos. Su hermano, un clérigo egocéntrico, provinciano, obtuso y engreído como él solo, no da ninguna importancia al trabajo y al éxito como escritora de su hermana, y no solo la infravalora sino que no admite que no quiera vivir la vida del mismo modo que la viven él y su familia. Este señor y su santa esposa son, sin lugar a dudas, los dos personajes más despreciables de la novela, y son protagonistas de una escena que aún hoy, con todos los meses que han pasado, sigue haciendo que el corazón me llore de dolor. Hester es una mujer independiente, intelectualmente muy superior a la gente que le rodea, con una profesión y una vocación a las que dedica su vida entera, pero su familia es gente horrible, de esa que sabe mejor que tú lo que te conviene y no son conscientes de sus muchas limitaciones, y ya sabemos hacia donde puede conducir algo así.

Mary Cholmondeley fue en sí misma una mujer independiente que nunca se casó y se ganó la vida como escritora, así que podéis imaginar que veía muchas cosas a su alrededor que no le gustaban, las altísimas murallas que las mujeres tenían que escalar día sí y día también cuando decidían tener una carrera profesional y las muchísimas oportunidades que se les negaban simplemente por el hecho de ser mujeres, así que con un altavoz a su disposición como era la literatura, se despachaba a gusto y criticaba todo lo que se le ponía por delante. Hablaba con absoluta libertad de todo aquello que consideraba importante; unas veces (las más) lo hacía de manera evidente, otras (las menos) era más sutil y taimada, pero solo hay que leerla para vislumbrar montones de indirectas y críticas a las convenciones sociales y religiosas que coartaban la libertad de las personas en general y de las mujeres en particular. Hay críticas obvias a la iglesia anglicana y a esa moralidad hipócrita que veía la paja en el ojo ajeno y pasaba por alto la viga en el propio; a ese deber autoimpuesto y jamás solicitado por parte de ciertos familiares sobre las mujeres solteras para decidir por ellas en cualquier aspecto de la vida, como si estuviesen incapacitadas para tomar decisiones por sí mismas y cualquier cosa que eligiesen hacer fuese fruto de una inferioridad moral e intelectual; se critica ese sentido del honor anticuado pero indestructible que visto desde fuera puede parecer exagerado o ridículo pero que era la vara moral por la que se regía la alta sociedad inglesa (su incumplimiento suponía la caída en desgracia no solo de esa persona sino de toda su familia); y tira por los suelos a esa propia sociedad hambrienta de espiritualidad y de alma, que respiraba superficialidad y tenía en el corazón la nada más absoluta.

En resumidas cuentas, Un guiso de lentejas es, por un lado, la historia de cómo un clérigo (que se autopercibe piadoso, de una ética intachable y superior moralmente a cualquiera solo por ser quién es y representar lo que representa) que destroza la vida de una escritora que vive por y para la literatura, ese camino exitoso que ella ha escogido para realizarse, expresarse, usar su voz y plantarse firme en el mundo (ojalá tuviese esa misma determinación para romper lazos con su hermano, pero no la tiene); por el otro es la historia de un adulterio que atrapa en su red de obligaciones sociales no solo al personaje masculino que lo ha protagonizado, sino al personaje femenino que, sin saber nada de esa circunstancia, se enamora de él, quedando también atrapada en una telaraña que no suelta a ninguna de sus presas. Como podéis ver, las protagonistas son dos mujeres a finales del siglo XIX inteligentes, autosuficientes, que podrían vivir su vida tranquilas y mantenerse económicamente sin la ayuda de ningún hombre, y que sin embargo viven supeditadas a las malas elecciones y decisiones de los hombres que las rodean (en un caso de manera voluntaria, cruel e intencionada; en el otro las cosas son más complicadas y benevolentes con el personaje masculino, que realmente está enamorado de Rachel pero está atado de pies y manos).

Como os decía arriba, la trama tiene un pie en el siglo XX, que respiraba por los cuatro costados los nuevos cambios que se avecinaban y los que ya llevaban un par de décadas produciéndose, pero que al mismo tiempo se resistía a a esa transición, a dejar a un lado las convenciones establecidas que llevaban décadas marcando el funcionamiento de un imperio, a dejar marchar todo eso que hasta ese momento les había funcionado bien. Es como si Cholmondeley dijese: "sí, las New Women, la independencia femenina, la libertad individual, esa nueva Inglaterra que viene pisando fuerte y donde la vida de una mujer es suya y no del hombre legalmente responsable de ella... pero eso está a un lado de la cuerda, y ese lado es todavía débil y timorato. al otro seguimos teniendo a la vieja Inglaterra, la victoriana, la poderosa, la de la moralidad exacerbada y cicatera, y esa tiene todavía mucha, mucha fuerza y tira de su lado de la cuerda como si le fuera la vida, como si supiera que está en vías de extinción y pensase luchar con uñas y dientes hasta su último aliento". En Un guiso de lentejas, su autora nos dice que estaban en ello, que daban pasos, que tenían claro el camino, pero que todavía quedaban muchas espinas que sortear por delante y la posición de la mujer todavía era débil en muchos aspectos.

Por cierto, y antes de terminar. ¿Os preguntáis a qué viene ese guiso de lentejas del título? Sin dar muchos detalles, en realidad es una cita de la Biblia (del libro del Génesis, para ser más exactos) en la que Esaú vende su primogenitura a cambio de un potaje de lentejas, y que la autora usa como símil para explicar lo ocurrido con Hugh Scarlett, su affaire con la casada lady Newhaven y el descubrimiento del amor verdadero junto a Rachel. La primogenitura en este caso sería el amor verdadero, el que siente cuando conoce a Rachel y que ha quedado vendido y supeditado a las consecuencias de su relación con Newhaven, de la que nunca estuvo enamorado (aunque él así lo creyese al principio de la relación). Que a todo esto, no os he dicho en ningún momento cuáles son las consecuencias de este adulterio y por qué influyen tanto en todo lo que ocurre en esta historia, pero es que debe ser así aunque se desvelen muy al principio de la narración. Si os lo cuentan en cualquier otra parte os están destripando algo muy importante, así que tapaos las orejas y silbad muy fuerte hasta que se pase el spoiler.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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