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Este libro ha venido a confirmar la tirria que tengo a los escritores argentinos y su facilidad para no contar nada sin parar de escribir. Cada relato termina con un hachazo que rompe la magia de la escritura pero solo cuando la historia promete; si en cambio no tiene nada que decir lo alarga hasta resultar agónico. Si la cabeza nonla tienes bien asentada puedes llegar a enloquecer, perfecto para aumentar las visitas al psicólogo.
El lenguaje es rimbombante, haciendo justicia a la extraña forma de narrar de los argentinos, cuentan mucho sin decir nada. Se pierde el hilo de la historia, lo mismo da la sensación de seguir un guión que de golpe no sabes qué estás leyendo y como llegaste allí.
Las notas, que amplían el libro en esta versión, intenta añadir luz a un oscuro cuarto de palabras, pero sin el éxito que desearía yo (igual el autor quería añadir más oscuridad...).