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Crítica de gustavoadolfo


gustavoadolfo
08 June 2021
La casa grande (1962), de Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972), es una novela imprescindible en la historia de la literatura colombiana. En ella se retrata la masacre de las bananeras, un hecho histórico acaecido en diciembre de 1928 en Ciénaga, Magdalena.

El autor también escribió Todos estábamos a la espera (1954) y Los cuentos de Juana (1972). Toda su obra está caracterizada por la experimentación formal, reconocida en autores como James Joyce (1882-1941) y William Faulkner (1897-1962); asimismo, su obra representa la superación del costumbrismo y del realismo social, junto a la obra de José Felix Fuenmayor (1885-1966) y Gabriel García Márquez (1927-2014).

En su recreación de la masacre de las bananeras la obra le da cabida a un grupo amplio de actores; sin embargo, en nuestra reseña queremos enfatizar en el protagonismo que tienen los soldados y la fuerza pública. Si bien existen más de diez ediciones de la obra, utilizamos la edición de la Colección Archivos (2017).


La masacre de las bananeras

Para 1928, la compañía estadounidense United Fruit Company afrontaba la huelga de sus trabajadores, quienes buscaban, entre otras garantías: el descanso dominical, la mejora del servicio hospitalario, el seguro colectivo obligatorio y la eliminación de préstamos por medio de vales (los cuales, únicamente, podían utilizarse en los comercios pertenecientes a la compañía). A pesar de las negociaciones no hubo acuerdo y, como la fuerza pública de la región era insuficiente, se movilizaron tropas desde el interior del país. El general Carlos Cortés Vargas (1883-1954), quien ordenó la masacre, señaló a los marchantes con los apelativos de “revoltosos” y “malhechores”, incluso los llamó “comunistas” y “anarquistas”; también autorizó el uso de la fuerza “para castigar por las armas” a los huelguistas y a sus colaboradores.

Aún en la actualidad se desconoce el número exacto de heridos, desaparecidos y muertos (los números median entre algunos pocos, cientos y miles). La masacre sucedió bajo la aprobación y el rostro impávido del presidente conservador Miguel Abadía Méndez (1867-1947). El general Carlos Cortés Vargas NO fue amonestado, incluso fue ascendido y nombrado comandante de la policía, en Bogotá.


La novela y el capítulo “Los soldados”

La casa grande (1962) es una novela corta, con un poco más de cien páginas; dividida a su vez en diez capítulos titulados. Cada capítulo ofrece un punto de vista diferente, focalizado en un personaje de la historia. Asimismo, cada capítulo está compuesto por una forma de escritura diferente: un guión teatral, un monólogo interior, una crónica, una descripción objetiva del pueblo donde suceden los hechos, o la inclusión de un “Decreto” promulgado por el propio general Carlos Cortés Vargas. Dado lo anterior, la novela puede ser pensada como una obra polifónica, tanto en su contenido como en términos formales, es decir, una novela que expone diferentes puntos de vista, en este caso sobre un hecho histórico, a partir de diversas formas de escritura.

Por su parte, el capítulo “Los soldados”, el primero de la novela, tiene un poco más de veinte páginas. En él tienen cabida los diálogos de los soldados junto con las palabras de un narrador omnisciente. Guardadas las diferencias, el capítulo se asemeja a un guión teatral, en donde se intercalan los diferentes diálogos con las acotaciones del guionista.

Ahora bien, dada la naturaleza de la historia, lo que sucede en ella, podríamos decir que este capítulo evoca la naturaleza de una tragedia griega, una de esas historias donde los personajes están obligados a vivir su destino sin que importen las diferentes intervenciones humanas. Desde este punto de vista, los diálogos de los soldados se intercalan con la voz del narrador omnisciente, que funge a la manera en que lo hace el coro en el teatro griego.


Del sentimiento trágico en “Los soldados”

En este capítulo, un grupo de soldados dialoga sobre su actual situación: el desplazamiento que deben hacer desde el interior del país y hasta La Zona, a donde deben ir a repeler la huelga. Según sus propias palabras, algunos de ellos NO cuestionan las órdenes recibidas; otros, por el contrario, reflexionan sobre su responsabilidad. Ahora bien, línea a línea, la obra construye el escenario trágico que los terminará afectando a todos.

El sentimiento trágico de la obra está anunciado desde el inicio del capítulo, a través de una lluvia insólita, imprevista para el mes de diciembre. La lluvia arrecia, junto con vientos fuertes, lo que hace que el desplazamiento de los soldados sea incómodo e infructuoso. Ellos deberán esperar, empapados y hambrientos, durante horas enteras. Luego, durante el desembarque, y ante la distancia que media entre el bote y la orilla, deberán saltar al agua represada y “hedionda”. Caminarán enfilados, llevando consigo sus rifles, para cumplir un destino que, como ya hemos indicado, no podrán evitar. El narrador omnisciente lo expone de la siguiente manera:

Todavía no eran la muerte: pero llevaban ya la muerte en las yemas de los dedos: marchaban con la muerte pegada a las piernas: la muerte les golpeaba una nalga a cada tranco: les pesaba la muerte sobre la clavícula izquierda: una muerte de metal y madera que habían limpiado con dedicación (132).


Para los soldados es insólito, también, que al llegar al pueblo nadie los reciba. Los habitantes del lugar, ni siquiera, se asoman para verlos llegar. Es como si el pueblo, de antemano, les tuviera “rabia”; dice uno de los soldados. Mientras que el narrador por fuera de la historia acota: “Caminaron lentamente, sin prisa, mirando, sin entender bien las puertas y ventana cerradas a lado y lado de las calles” (125).

Gracias a los diálogos sabemos que algunos de ellos nacieron en pueblos donde “nunca había suficiente comida” (115); también nos enteramos que los envían porque la policía no logró contener a los huelguistas; asimismo, sabemos que ellos piensan que el teniente nunca sabe nada, pues sólo repite lo que dice el comandante. Este último asegura que los marchantes están armados con fusiles, aunque algunos soldados lo dudan. Lo que sí tienen claro todos los soldados es que los sargentos se roban la plata de la comida: “La mujer del sargento tiene una tienda para vender lo que se saca del almacén” (115), dice uno de ellos, mientras que otro le asegura que no puede investigar porque, en caso de que lo descubran, lo meten al calabozo.

Para este momento de la historia se pueden diferenciar, por lo menos, dos actitudes frente a la huelga. Unos soldados no tienen problema con su intervención, ya que sus superiores lo han ordenado así. Según ellos, los huelguistas no tienen derecho a protestar, así que no tienen problema con dar algunos culatazos para hacer que los maquinistas trabajen: “Para eso estamos aquí” (119), dice uno de ellos. Por otro lado, hay quienes piensan que ellos no están para acabar con la huelga:

¡Qué vaina! Que no tengo miedo, lo que pasa es que no me gusta esto de ir a acabar con una huelga. Quién sabe si los huelguistas son los que tienen razón (105).


A pesar de las diferentes maneras de pensar, la tragedia tiene lugar. Así lo describe el narrador omnisciente: “Los hombres fueron llegando en grupos, saliendo de todas las calles y de todas las casas que parecían desiertas y vacías”. Estos hombres se juntan en la estación y ocupan el tren “llenándolo con sus vestidos limpios, sus sombreros cortos de paja amarillosa y sus machetes quietos dentro de las vainas manoseadas”. Seguido: “Y se quedaron sobre el tren, en silencio, con determinación y en paz” (133. El subrayado es nuestro). Sin embargo, los superiores dan la orden de disparar. Los soldados salen del cuartel, ubicado junto a la iglesia, y cuando llegan a la estación disparan. Uno de los soldados reflexiona: si dan la orden tienes que matar; mientras que otro piensa todo lo contrario: si dan la orden no tienes por qué matar a un desconocido. Luego de la masacre, uno de ellos dirá: "Olía a mierda. Y el olor me ha cubierto como una manta gruesa y pegajosa. He olido el cañón de mi fusil, me he olido las mangas y el pecho de la camisa, me he olido los pantalones y las botas: y no es sangre: no estoy cubierto de sangre sino de mierda" (135).

El capítulo finaliza. La masacre ha sucedido. Uno de los soldados pregunta si en el pueblo los recordarán, mientras que otro sentencia:

En este pueblo se acordarán de nosotros: en este pueblo se acordarán siempre, somos nosotros los que olvidaremos (135).



Palabras finales

La masacre se ha cumplido. La tragedia afectará al pueblo inconforme y a los militares que debían protegerlo. Además, como bien sabemos nosotros, la tragedia se repetirá, cada tanto...

Consideramos de vital importancia reconocer la manera en que las autoridades utilizan el lenguaje para simplificar y condenar: en el pasado eran “revoltosos”, hoy son “vándalos”; en el pasado eran “comunistas” y “anarquistas”, hoy son “de izquierda”. No importa que se conozcan, o no, los significados históricos de cada término. Lo importante es señalar, acusar, y con ellos disminuir y simplificar a quienes se atreven a reclamar sus derechos.

También resulta evidente la manera como los culpables de la masacre: el presidente de la república y el general Carlos Cortés Vargas NO llegaron a ser condenados por los crímenes cometidos. Por su parte, es la gente común y corriente la que pone a los heridos, desaparecidos y muertos. al mismo tiempo, son los soldados y la fuerza pública la que ejecuta los crímenes, con sus propias manos y con sus propias conciencias; aunque NO estén obligados a hacerlo porque tal cosa resulta contraria al principio de defensa del pueblo.

Por último, no sobra decir que la novela está dedicada al artista Alejandro Obregón (1920-1992), autor de la pintura “Violencia” (1962), otro de los referentes obligados de nuestra triste historia nacional de violencia, injusticia y muerte.
Enlace: https://guardopalabras.blogs..
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