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[…] El dolor no es bello, es atroz. Nos enfrenta a nuestra propia condición humana, a la finitud, y solo entonces somos capaces de atisbar que, tras todo el horror, hay algo de luz […] Así es como comienza Rojo-Dolor, una antología de mujeres poetas en torno al dolor. Desde su prólogo hasta el último de los poemas me ha parecido un librito de alto voltaje. No sales indemne ni intacta de su lectura. Hablar de dolor es desgarrador, desbastador pero a la vez algo te atrae, supongo qué es esa luz que se atisba, porque ponerle palabras es reconfortante; es cómo cuándo te quema algo por dentro y necesitas soltarlo. Para mí leer sobre él ha sido un proceso parecido, al igual que cuando leo sobre el proceso del duelo. He leído en algunas reseñas eso de “una lectura terriblemente bella” y creo que no podría encontrar unas palabras más certeras. Agradezco a Ana Castro que haya reunido toda esta orquesta de voces de mujeres que escriben sobre el dolor o que le escriben a la propia y terrible sensación, en todas sus vertientes y con todas sus caras, aristas, luces y sombras. He supuesto que para ello se habrán tenido que abrir en canal, una conversación de tú a tú, un encuentro íntimo dónde partirse en mil pedacitos para, después, juntarlos y así las palabras vayan saliendo… acostumbradas a no decir nada, a tapar el dolor, ocultarlo, por feo, molesto, doloroso, si me permitís la redundancia, o por falta de palabras que describan algo así o incluso obligadas al silencio… Cómo decía Lucía Berlín en uno de sus relatos “Cuando le resultaba demasiado difícil contarle a alguien cómo se sentía, enseñaba un poema. Normalmente la gente no entendía lo que ella había pretendido insinuar”. Eso es esta antología. Una reivindicación. “Para que las cosas existan hay que nombrarlas”. Quiero acabar con las primeras palabras que Ana nos brinda al abrir este libro: “para todas aquellas mujeres a las que el dolor azuzó, azuza (y azuzará) con fuerza. Resistiremos siempre. Juntas”. |
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