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Tras la lectura del corto primer relato, tenía dos noticias que dar, una buena y otra mala. La mala es que no encontré la anhelada mezcla entre lo real y lo soñado con la que el autor consigue sus bellas historias. La buena es que, sin bajar un solo escalón en su elegante prosa, el primer cuento ha conseguido algo a lo que no estoy acostumbrado en mis lecturas: reírme a carcajadas (suelo ser más de sonreír, pero aquí no he podido contenerme en varios momentos con la sorpresa más que manifiesta de mi aleatorio compañero de autobús). Una absurda brigada antiterrorista, un escritor autoencumbrado hasta creerse objetivo verosímil de un ataque terrorista y un artista creador de escatológicas performances o ingeniosísimo estafador o simplemente un enorme caradura, conviven en esta primera historia. Más tarde, terminados los dos últimos relatos, las noticias no eran ni malas ni buenas, solo regulares. No hubo más carcajadas, aunque sí sonrisillas de vez en cuando. Los entresijos del mundo literario rumano, los comentarios sobre un importante número de escritores de aquel país, sin olvidarse de sí mismo, aunque sean fácilmente trasladables a cualquier mundo literario, pierden parte de su encanto cuando no se conocen a los mencionados. Las anécdotas, aunque magníficamente narradas, darían para entretenidos artículos periodísticos, pero no es una forma narrativa que a mí me resulte especialmente atractiva. Si bien no faltan esas lucubraciones que parece que tanto le han criticado sus colegas y críticos y que para mí son una de las razones importantes por las que me gusta su literatura, los momentos son escasos. A pesar de todo, es envidiable lo que este autor consigue a veces construir, y en qué forma lo hace, con tan pocos mimbres. Me agradó mucho saber que el universo lo premia a veces con apariciones como la de Maruca, tal y como nos narra en su último relato. |
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