La edad de la duda

Montalbano asistiendo a su propio funeral. Con ese perturbador sueño arranca la decimocuarta entrega de la serie protagonizada por el comisario siciliano: La edad de la duda (2008). En estas páginas, el paso del tiempo, la vejez que asoma por la puerta y el recuerdo de la muerte atormentan a Salvo Montalbano como nunca antes.

En el puerto de Vigatà atraca una embarcación de recreo, el Vanna, que transporta un cadáver completamente desfigurado. al parecer, este ha sido encontrado en un bote a la deriva.

El olfato de veterano policía dice a Montalbano que el muerto ha sido asesinado y desfigurado a propósito para evitar que fuera reconocido. Las investigaciones desvelarán que se trata de un ciudadano francés, como demuestra el pasaporte encontrado en su hotel. El documento viene expedido a nombre de Émile Lannec, el nombre de un personaje de las novelas de Georges Simenon. Un curioso guiño literario.

El Vanna y su tripulación guardan un secreto relacionado con el tráfico de diamantes desde Sudáfrica a Europa. Un negocio muy lucrativo, pero también muy peligroso, que está dejando un reguero de muertos en su camino.

A lo largo de las trece novelas anteriores, los lectores hemos ido conociendo progresivamente todas las facetas del carácter de Montalbano. Una personalidad enérgica e idealista que ha ido deteriorándose poco a poco. En cada nueva novela le hemos visto cada vez de peor humor, un poco más pesimista y taciturno, más cascarrabias. Aferrado con pasión a su trabajo, casi como si ese fuera único y desesperado antídoto contra la depresión.

Pero en L'età del dubbio aparecerá un personaje al rescate. Contra todo pronóstico, el viejo policía se enamora como un adolescente de la joven teniente de la Autoridad Portuaria, Laura Belladonna. Lo más sorprendente es que ella le corresponde. Así, durante unos días, Montalbano vivirá la ficción de estar engañando a la senectud que le acecha.

Es probable que el vitalista Andrea Camilleri, que ya era octogenario cuando escribió esta novela, estuviera proyectando en Montalbano una de sus obsesiones: el aliento frío e implacable de la muerte, aguardando pacientemente a la vuelta de la esquina. Y también es probable que se rebelara ante ello con ese romance tardío que le regala a su personaje (su alter ego). Pero por desgracia, la batalla contra el tiempo es siempre una batalla perdida.
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