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Crítica de Ferrer


Ferrer
23 June 2019
Calderón de la Barca (1600-1681), “el poeta del cielo” para García Lorca, era un portentoso dramaturgo, un autor excelso con audaz retórica que fue elogiado por Goethe y Turgeniev. El autor madrileño tomó el intricado aparato simbólico, cortesano y teatral del Barroco para experimentar nuevas fórmulas dramatúrgicas, aunque algunas de sus comedias estén agazapadas bajo situaciones enrevesadas, equívocos y confusiones de identidad habituales en el género. Sus comedias no son un mero remedo de ideas neosenequistas en boga por entonces, sino la quintaesencia del Barroco gracias a un mundo teatral múltiple, poliédrico y de esmerada técnica escénica. Tanto la imaginería poética como la estructura coherente del lenguaje conforman el elemento esencial de su creación teatral, al tiempo que el estilo caracteriza a los personajes.
Este pulquérrimo volumen de comedias incluye “El postrer duelo de España”, en la que el honor deshace trágicamente el entuerto de un triángulo amoroso, las comedias mitológicas “Eco y Narciso” (destinada al teatro cortesano), “Apolo y Climene” y “El monstruo de los jardines”, la comedia de enredo “El encanto sin encanto” y el drama histórico “La niña de Gómez Arias”.
El libro lo completan textos no habituales en los escenarios, como el drama religioso sobre la historia de un infiel “El gran príncipe de Fez”, la fábula escénica “El Faetonte”, la única pieza de tema americano “La aurora en Copacabana” con sus dos graciosos indios, “El conde Lucanor”, la égloga piscatoria o fiesta de la Zarzuela “El golfo de las sirenas” y finalmente la comedia “Fineza contra fineza”. Todas ellas componen la Quarta Parte de Comedias, publicada en 1672 y de la que se editó una segunda edición en 1674 corrigiendo los errores detectados en “La aurora” y “Eco y narciso”. El libro contenía una docena de piezas y quizás fue, de los libros de comedias de Calderón, el que más se salvó de las erratas de imprenta y de las ediciones piratas, que llegaban a incluir obras ajenas a la pluma de Calderón.
Para Azorín, Calderón “palidece, se anubla” siguiendo el juicio de Menéndez Pelayo, quien sostuvo que “sólo por intervalos alcanzan sus personajes la expresión verdadera y humana”. También Valle negó a Calderón al bautizar a uno de sus personajes de ficción más negativos como doña Tadea Calderón. Tras la muerte de Lope en 1635, Calderón se convirtió en el dramaturgo más solicitado en los teatros, tanto comerciales como palaciegos. Y esta edición de la Fundación Castro da buena cuenta de ello.
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