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Crítica de Noni


Noni
31 July 2023
Es posible que Dee Brown (Luisiana 1908- Arkansas 2002) historiador y escritor con más de treinta títulos, como autor o coautor, sobre el Oeste americano sólo sea conocido por este libro, pero no cabe duda que está más que justificado pues Enterrad mi corazón en Wounded Knee supuso todo un hito en la historia de los Estados Unidos que hasta esos momentos había contado por boca de “los blancos” lo que había acontecido en la conquista del salvaje Oeste. Dee Brown le da voz y protagonismo a los nativos americanos, en realidad a quienes nunca quisieron escuchar a pesar de su insistencia. Como dice el autor en la introducción “no es un libro alegre (…) pero quizá, quienes lo lean se harán una idea más clara acerca de cómo es el indio americano, al saber como fue en tiempos pasados”.

No, no es un libro alegre, pero es un testimonio único por lo que no es de extrañar que cuando fue publicado por primera vez en 1970 se convirtiera en un éxito total que vendió cinco millones de ejemplares y fue traducido a quince idiomas. Este libro es historia viva de los Estados Unidos y lo es de un modo incómodo porque se atreve a dar protagonismo a los que hasta esos momentos eran “los malos de la película”.

Utilizando fuentes orales conservadas en archivos oficiales, así como los tratados y reuniones formales que tuvieron lugar entre el ejército, la administración y civiles con los indios, Dee Brown cuenta una historia que va desde la llegada de colonos ingleses a las costa de Virginia (1607), los primeros contactos con iroqueses, navajos, cherokees, shonis, hurones, senecas o mohicanos, hasta la conocida masacre de Wounded Knee (1890) donde cientos de indios (mujeres, niños y ancianos incluidos) fueron asesinados por el 7º de Caballería. Cuatro días después de la Navidad, aquel 29 de diciembre los últimos sioux que quedaban en libertad pasaron a la historia por ser los últimos que el hombre blanco aniquilaba antes de confinarlos a todos los que sobrevivieron en reservas.

El libro es descorazonador, angustioso y si, muy triste. Las mejores palabras, las más razonables y sensatas son pronunciadas por los nativos. Ira, soberbia, codicia, mezquindad y frustración aparecen siempre en las contestaciones del hombre blanco. Nunca me he sentido más cerca de un ser humano que sufre, huye, se ve impotente y no entiende, que leyendo estas páginas.

“Una vez creí que era el único hombre que perseveraba en su amistad para con el hombre blanco, pero, desde que este ha venido a expoliarnos de nuestros hogares, caballos y todo lo demás, me es difícil seguir creyendo en los blancos.” (Motavato, Cazo Negro cheyen del sur)

“No soy más que un hombre. Soy la voz de mi pueblo, Digo lo que expresa su corazón. No quiero más guerra. Quiero ser un hombre. Y vosotros me negáis el derecho a ser como el hombre blanco. Mi piel es roja, mi corazón es cómo el del hombre blanco.” (Kintpuash, Capitain Jack, modoc)

“Dios hizo al hombre blanco y Dios hizo al apache, y este tiene tanto derecho al país como aquel. Quiero firmar un tratado duradero, así ambos podrán recorrer el país sin problemas.” (Delshay, apache)

Pero si que había problemas porque los hombres blancos cada vez eran más numerosos y los indios les estorbaban, así de sencillo. ¿Qué hacer entonces?, engañarles. Eso es lo que hizo el hombre blanco “americano” con los auténticos americanos. Un tratado tras otro (han llegado a firmar 375) les fueron convenciendo y quitando la tierra en la que hasta ese momento habían vivido. Los tratados eran meros formulismos que siempre se podían saltar, a fin de cuentas muy poco sabían inglés y ni se enteraban de lo que les contaban las traducciones que les hacían algunos indios que se habían pasado al enemigo. Todos los seres humanos tienen un precio… ni siquiera a estos los trataron bien pues a la hora de llevarlos a las reservas (en las peores tierras por supuesto, las que no querían los colonos) fueron los primeros en ir cuando ya no les eran útiles.

“Ninguna persona o personas de raza blanca podrán establecerse u ocupar porción alguna del territorio, ni cruzar por su geografía sin el consentimiento expreso de los indios.” (Tratado de 1868)

Los que idearon y obligaron a firmar ese acuerdo no sospechaban que los rumores de que existían enormes cantidades de oro en las Colinas Negras (Paha Sapa) lugar sagrado para los indios, no cesaban de correr entre los colonos. Washington consideraba esas tierras carentes de valor, ¡sino de qué se las hubiera cedido a los indios!

“No deseo ofender vuestra religión, pero ¡hablad de cosas prácticas! Más de viente veces ha llegado a mis oídos esta monserga de que la tierra es vuestra madre, y ya estoy harto. No me vengáis de nuevo con estas y vayamos al grano.” (Oliver Otis Howard, general del ejercito)

“El único indio bueno es el indio muerto” (Philip Henry Sheridan, general del ejercito)

Es un libro enorme, una lectura emocionante, una historia fascinante. Podría escoger decenas de citas, párrafos enteros, conversaciones, descripciones… A menudo da la sensación de estar ante una película del Oeste... esto es mejor, mucho mejor. Pasados ya tantos años desde su publicación imagino que ahora no tendrá trascendencia. Si es así es una pena porque lo que cuenta y cómo lo cuenta merece estar en la memoria colectiva de la humanidad. Algo que explica mucho mejor que las palabras las consecuencias de lo que se cuenta en el libro es este dato: de los 330 millones de habitantes de los Estados Unidos la población nativa ronda el 1%.

“Los blancos contaron sólo una parte, la que les placía. Dijeron muchas cosas falsas. Sólo sus mejores proezas, sólo los peores actos de los indios; eso es cuanto ha contado el blanco.” (Lobo Amarillo, nez percés)

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