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Crítica de Guille63


Guille63
18 March 2023
“En la Sebastiansplatz comencé a hacer de mi método de contemplación y observación de los hombres una de mis propias artes y a hacer de esa arte mía una costumbre para toda la vida. En la Sebastiansplatz descubrí, no sólo la admiración, sino también, al mismo tiempo, el desprecio por los hombres y la sociedad humana.”

En Tala he encontrado como en ninguna otra de sus obras a ese Thomas Bernhard “esencialmente cómico”, que decía Javier Marías, ese Bernard en el que he visto brillar con mayor fuerza su “desolación de la farsa, o si se prefiere, la farsa de la desolación”. Todo el texto es una gran ironía, se dice justo lo contrario de lo que se dice o justo lo que no se dice, en la que el propio autor encarna al más grotesco y ridículo papel cuyo contradictorio discurso contra la sociedad vienesa es aplicable a él mismo en primer lugar, cuyos numerosos adjetivos —repugnante, repelente, fantoche, pequeñoburgues, abyecto, devastador, aniquilador, imbécil, fraude, cómico-grotesco, espantoso, nauseabundo, repulsivo-conmovedor, hipócita-absurdo…— repetidos una y otra vez son aplicables en primer lugar a sí mismo.

“… es deprimente ver lo que estas gentes han hecho de sí mismas en estos treinta años, qué he hecho yo de mí, de todas esas condiciones y circunstancias en otro tiempo felices, todas esas gentes han hecho condiciones deprimentes y circunstancias deprimentes, pensaba en mi sillón de orejas… todas esas personas fueron un día, es decir, en aquella época, hace treinta, incluso sólo veinte años, seres felices, fueron felices, y ahora no son más que seres deprimentes, deprimentes como yo, en fin de cuentas, no soy más que deprimente y no soy feliz, pensaba en mi sillón de orejas.”

La narración responde al más puro estilo Bernhard, un monólogo ininterrumpido de 180 páginas en el que no hay un solo punto y aparte y en el que se despliega todo el inmenso desprecio que ¿el autor? siente contra todo y contra todos, empezando por sí mismo, con su típico estilo repetitivo, circular, obsesivo, que no se sabe bien si sale de la pluma más excelsa o del más torpe de los escritores, si bien consigue una y otra vez hipnotizarnos y mantener en lo más alto nuestra adicción a sus obras, a ese personaje presente en todas ellas que desde su amargura observa amargados a todos aquellos que lo rodean, que desde el odio hacia sí mismo odia a todos, que desde su fracaso es que ve a todos fracasados, que desde su fingimiento todas son vidas fingidas…

“… solo has vivido una vida fingida, no verdadera, sólo una existencia fingida, no real, todo lo que a ti se refiere y todo lo que eres ha sido siempre sólo algo fingido, no real ni verdadero.”

Tala es un texto exaltado, escrito, supuestamente, tras una febril carrera de su protagonista hacia su casa por las calles de su odiada y amada Viena tras la cena de artistas a la que asistió invitado por sus antiguos mecenas, de los que se apartó hace muchos años y no en las mejores condiciones, a la que también acudirá un comensal especial, un famoso actor que está triunfando con su interpretación de Ekdal en “El pato salvaje”, y en la que también se homenajea a una amiga común que se acaba de suicidar, digo que el protagonista corre y corre para poder escribir “en seguida e inmediatamente sobre esa cena artística… antes de que sea demasiado tarde”.

“La mayoría de las personas no nos interesan realmente, pensaba todo el tiempo, casi ninguno de los que nos encontramos nos interesa, no tienen nada que ofrecernos más que su miseria masiva y su tontería masiva.”

No es casual la elección de “El pato salvaje” como uno de los leitmotiv de la novela, una obra en la que se dirime la cuestión de si hay que perseguir la verdad aunque conocerla te destroce la vida, de si no es preferible una “mentira vital” -expresión del propio Ibsen- que nos haga la vida más llevadera e incluso feliz. Nuestro solitario y marginado protagonista que, desde un rincón apartado de la sala y sentado sobre un sillón de orejas, despotrica mentalmente contra todos y cada uno de los allí reunidos, antaño íntimos y admirados amigos artistas, a los que abandonó uno por uno tras tomar de ellos todo lo que necesitaba, todo lo que ellos podían darle, vive sabiendo la verdad de su deprimente vida sin escatimar oportunidad alguna de endosar a la cara del más pintado esas mismas circunstancias aplicadas a sus respectivas vidas.

“Entrar en la Naturaleza y respirar en esa Naturaleza y estar en esa Naturaleza sólo realmente y para siempre como en casa era lo que él consideraba la mayor felicidad. Ir al bosque, adentrarse profundamente en el bosque, dijo el actor del Burg, confiarse totalmente al bosque, de eso se ha tratado siempre, el pensamiento de no ser otra cosa que Naturaleza. Bosque, monte alto, tala, de eso se ha tratado siempre.”
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