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Crítica de Guille63


Guille63
19 March 2023
¡Y jamás he sido una persona alegre! ¡Jamás! ¡Ni contenta! Ni lo que se llama una persona feliz. Porque siempre la búsqueda de lo extraordinario, peculiar, excéntrico, de lo único inalcanzable, porque por todas partes esa búsqueda, en lo que se refiere también a la tortura del espíritu, me lo ha estropeado todo… ¡Corro siempre tras de mí mismo!

¿Por qué otro libro de Thomas Bernhard? ¿Por qué volver a enfangarnos en sus temas de siempre, la muerte y el suicidio, la niñez y su profunda huella, el espanto de la vejez y la enfermedad, la familia, la educación, la ciencia, la locura, el estado, la masa y el individuo, el arte y el artista, su desagradable misoginia? ¿Por qué enfrentarnos nuevamente a cada una de sus muchas contradicciones, empezando por la insoportable vida a la que se abraza con desesperación o la soledad de la que abomina y a la que lo empuja su profunda misantropía, o ese convivir justo con lo que más le repugna, ese querer ser él y ser otros, todos al tiempo y quizás nadie, nada? ¿Qué nos atrae tan inexplicablemente de su patética tragedia tan repetitiva y machacona?

“La tierra puede ser clara, pero yo me siento entre sus ángulos, sin consideración hacia mí”

Hay que tener un punto morboso para disfrutar tanto de este mal nacido y mal vivido Bernhard. Yo lo tengo, no hay duda, de otra forma sería inexplicable el placer que siento ante el terrible dolor de vivir que el autor desarrolla una y otra vez en cada libro, con las mismas claves, con las mismas obsesiones, con los mismos traumas. Yo, como el joven aspirante a médico que da replica aquí al trasunto Bernhard encarnado esta vez en un viejo pintor autojubilado, me siento atraído por el influjo de este hombre amargado como quién se siente atrapado por el vértigo de un pozo oscuro y profundo. Cada cierto tiempo siento la necesidad de volver a oír su desgarrado grito contra una nada que sus personajes intentan llenar con obsesiones tan inabordables unas veces como ridículas otras. Y cómo grita este hombre, no hay nadie igual.

“El grito sigue estando ahí. Aunque todas las cuerdas vocales estén descuartizadas y seccionadas, estén muertas, todas las cuerdas vocales del mundo, todas las cuerdas vocales de todos los mundos, todas las posibilidades de imaginación, todas las cuerdas vocales de todas las existencias, el grito sigue estando ahí, sigue todavía ahí, el grito no se puede seccionar, no se puede cortar, el grito es lo único eterno.”

Todos vivimos en una cárcel infranqueable: nosotros mismos. Algunas de estas cárceles son pasables y hasta confortables, otras no son más que oscuros y húmedos calabozos. La de Bernhard es el mismo Guantánamo en la que una tortura sucede a otra en una cadena interminable contra la que una y otra vez se posterga la decisión definitiva, siempre presente en la mente del autor.

“¡El mundo es lo que yo soy! Empieza donde yo empiezo. Y termina allí. Es tan malo como yo. Tan bueno. Mejor no, porque soy yo…El hombre va siempre solo donde cree que va el mundo. Su abismo es también el abismo del mundo. Su derrota también la suya.”

Una cárcel, la del autor austriaco, en la que la mucha inteligencia, la profunda sensibilidad y la intensa imaginación se convierten en los torturadores más eficaces y despiadados al ofrecer la posibilidad de otros mundos, ideas y sensibilidades que permanecen más allá de los límites que nuestras capacidades nos imponen.

“Con la edad, el pensamiento se convierte en un mecanismo del tormento de rozar las cosas.”

Esa predisposición a la búsqueda constante de lo inalcanzable es la mayor de las muchas enfermedades físicas y psíquicas que aquejan al personaje de esta novela, la primera del autor. Una broma más de esta naturaleza fría y despiadada que marca la atmósfera en la que se desenvuelven los protagonistas de esta historia y que nos creó cargados de deseos imposibles de satisfacer, de anhelos de una felicidad para la que no nos programó, de desasosiegos para los que no hay respuestas.

“Todo no es más que aire, todos los conceptos son aire, todos los puntos de apoyo son aire, todo no es más que aire… Aire congelado.”

La respuesta a esas preguntas con las que iniciaba estos comentarios no puede ser otra que un gran sí, por supuesto que queremos otro libro de Bernhard y otro y otro, pues todos participamos de esta enfermedad incurable y horrible, y ya se sabe...

“¡Lo horrible necesita su carcajada!”
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