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Crítica de Guille63


Guille63
07 March 2023
Yo era todavía fumador cuando me topé por primera vez con esta inclasificable y maravillosa novela, y leí una buena parte de sus casi 600 páginas bajo el influjo del cigarrillo encendido que, nos dice el autor, siempre es de gran ayuda en el proceso de explicarse lo inexplicable y de admitir lo inadmisible, lo que no es poco en esta convulsa historia localizada en Castroforte del Baralla, ciudad ensimismada y levitante siempre expuesta al peligro de que un acuerdo general de sus habitantes la eleve por los aires y la haga desaparecer más allá de las estrellas.

Quizás por ello haya tanta lucha de contrarios entre toda la desmesura que tiñe el laberinto de desvergüenza, absurdo, agudeza, humor, ingenio, poesía y mala leche que es esta novela experimental que en cierta forma se burla de las novelas experimentales.

“El laberinto es la razón que se ríe de sí misma y desarrolla las posibilidades de oscuridad que su naturaleza le permite.”

Para empezar, a la ciudad la atraviesan dos ríos, “lento el uno, rápido y alborotado el otro; de aguas densas el Mendo, de aguas opacas las del Baralla”; el Mendo es atractivo y siniestro y con él se corre el riesgo de aniquilamiento, por el contrario, el Baralla invita “a la aventura, a la evasión, al viaje”. No falta la rival multisecular de Castroforte, la ciudad de Villasanta de la Estrella, con la que compite en el comercio de la lamprea y de la que proceden los godos, clase dominante y funcionarial de Castroforte que, no obstante nunca ha conseguido despojar a los nativos de las reliquias del Cuerpo Santo, símbolo de la ciudad, a pesar de haberla sometido en varias ocasiones.

Pasado, presente y futuro confluyen en la identidad de personajes de distintas épocas que comparten un destino que culminará en el elegido, el por siempre esperado JB, parodia del mesías cristiano, que devolverá a Castroforte su esplendor y liberará por fin a sus habitantes del dominio de los godos. Y a esa identidad de destinos se contrapone la multiplicidad de personalidades en personajes tan principales como José Bastida o Jacinto Barallobre, dos de los siete JB, respondiendo así a una de las habituales inquietudes en la literatura del autor que en una ocasión dijo aquello de:

“El camino del hombre está sembrado de cadáveres de otros modos posibles de ser. Escribir es poder aprovechar esas otras posibilidades.”

Lo cual enlaza con otro de los grandes temas del escritor gallego, el oficio de escribir. Un oficio que Torrente realiza con gozo, por el gusto de fantasear, de inventar, de poner una palabra detrás de la otra hasta formar un conjunto atractivo y nunca antes descrito. Como una vez dijo el propio autor,

“No hay que complicar la cosa con fines sublimes. Uno escribe porque sí o porque le gusta o porque no sabe hacer otra cosa.”

Y aunque la novela nos predispone constantemente a la interpretación de los símbolos, al desciframiento de los significados, su lectura debe acometerse con el mismo espíritu con el que fue escrita, porque, en gran medida, la novela "no pertenece al orden de lo que se entiende, sino al de lo que se siente". Mito y verdad, fantasía y realidad compiten en el campo de batalla de la historia de este pueblo gallego que una vez quiso ser capital de la quinta provincia gallega y acabó por no aparecer en los mapas y a la que se homenajea aquí entre lo disparatado y lo racional, haciendo creíble lo inverosímil, tratando con rigor lo trivial, dramatizando lo cómico, siempre con la intención de “expresar lo que las cosas son y no son al mismo tiempo, las facetas visibles y las invisibles, el fuera y el centro”. Así se banaliza la vida y se hace burla y escarnio de aquellos que desprecian o estorban los gozos que aun así la adornan.

"En el principio fue la Nada. La Nada será en el fin. Nada sería también el intermedio si la Nada no se hubiera doblado sobre sí misma, engendrando, así, el fulgurante protoátomo del que surgieron los dioses"

Y entre esos gozos guarda un papel relevante, como no podía ser de otra forma, el erotismo, el sexo, sus ansias, pero también su represión, encarnada en el cura local don Acisclo que “se veía en la dolorosa necesidad de inspeccionar las espaldas de las monjas, identificar y contar los cardenales, y azotarlas él mismo con el arco del violín a guisa de látigo cuando se mostraban remolonas” y que dirigía con mano férrea a todas sus feligresas para desgracia de ellas y de sus maridos. En el otro lado, en el del gozo, hay que situar en su mismo centro a Lialila Souto Colmeiro, mejor conocida como Coralina Soto, y a la que rinden tributo los miembros de la Tabla Redonda cuyo Vaso Idóneo, parodia del Santo Grial, no es otra cosa que la vagina de Coralina y que tiene como uno de sus principales objetivos liberar a sus conciudadanos de sus ancestrales hábitos eróticos. Pero no es la única cofradía que tenía al sexo como parte consustancial de su existencia, también la logia femenina del Palanganato se constituyó en torno al ritual de la coyunda entre el Vate Barrantes e Ifigenia Barallobre.

Y en este gozo, dos posturas conforman la mayor de todas las luchas de contrarios que se plasman en la novela, la poesía del Vate Barrantes contra la racionalidad de Don Torcuato, cuya opinión sobre el Amor no podía ser más tajante:

“Eso que hasta ahora se llamó Amor, con A mayúscula, no es más que el despliegue coaccionado, cuando no impedido, de la sexualidad, actividad natural que los hombres nos hemos empeñado en mixtificar por el procedimiento de hacerla difícil o imposible. El amor no existe, existe el sexo.”

Opinión enfrentada a la del Vate:

“Las mujeres para usted son objeto de placer; para mí, ángeles o demonios, ocupan siempre un lugar superior y sobrehumano. Usted goza con ellas, yo las amo. Usted envuelve a todas, genéricamente, en un deseo sin matices; yo veo en cada una un ser tan singular que no concibo cómo se puede hablar de géneros y especies.”

“El Arte, o sirve al progreso o no sirve para nada”, decía Don Torcuato; “cuando los hombres, a fuerza de Ciencia, hayan alcanzado el colmo de la infelicidad, únicamente los sacerdotes y los poetas podrán restituirlo a lo verdaderamente humano”, alegaba Barrantes.

Quizás “Por eso no se recuerda a don Torcuato, y, en cambio, la memoria del Vate, que en su vida hizo otra cosa que charlar y soñar, permanece en toda mente y en todo corazón."

Y seguro que por todo ello se recuerda y se recordará la obra de Don Gonzalo, porque todos los pueblos necesitan de héroes y poetas, en definitiva, de mitos, pues

“Sin sus viejos mitos, los hombres se sienten solos, se sienten angustiados y desesperados. Porque la causa de la angustia consiste ni más ni menos que en comprender la invalidez de las respuestas (es decir, de los mitos) de que antes disponíamos para usarlas ante y contra los interrogantes del universo.”
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