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¿Qué opciones tiene una familia a la que uno de sus miembros desfigura para siempre? Pocas. Muchas a la vez. La que fue esposa y madre, como víctima principal, solo cuenta con dos salidas: rendirse y abandonarse a la desolación o tratar de reconstruirse. El hijo, como testigo del sufrimiento, acompañar y buscar respuestas. Por el camino quedarán las noches en vela, los problemas económicos, el ruido de las calles que no conoces, el silencio tras el cristal. Injertos, dolor, insomnio, alcohol, un rostro que se perdió para siempre y, con él, todo lo bueno que se vivió. Si es que alguna vez lo hubo. Lo malo, lo que te llevó hasta el lugar exacto en el que despiertas cada mañana, sigue ahí. Hay semillas que crecen en mitad del desierto y que cuesta extirpar, aunque haya pasado mucho tiempo desde la última vez que dieron frutos. |
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