El bosque de la noche

París, 1927. Entre la aristocracia caduca, la radiante bohemia y el mundo del circo de los bajos fondos, Robin Vote se erige como una incógnita insondable para quienes la rodean. Un misterio y un enigma, incluso, para el propio lector, pues el retrato que tenemos de ella varía en función de quienes nos la describen. Mujer soñadora -a veces, incluso hombre, por su aspecto andrógino- pero siempre insatisfecha, se mueve en busca de una felicidad imposible dejando un rastro de dolor en quienes se apasionan por ella.

En este bosque mental nocturnos de deseos insatisfechos, encontramos a tres personajes que intentan ganarse el corazón de la inalcanzable Robin: el Baron Felix Volkbein, obsesionado con una antigua nobleza que no le corresponde; la joven Nora Flood, que aspira a tener el amor exclusivo de Robin, naturalmente sin conseguirlo; y el doctor Matthew O'Connor, un verborreico y excéntrico personaje que se convierte en consejero, a su manera, de todos los demás.

De “El bosque de la noche” se han hecho afirmaciones del tipo que es una obra capital del siglo XX, pero también que es una obra oscura, ambigua y muy compleja. Lo cierto es que el estilo de Djuna Barnes es, cuanto menos, especial. Muy cercana al surrealismo por la importancia dada al mundo de los sueños y a todo lo onírico en general, lo que la hace especial es que, en las apenas 200 páginas, el relato no tiene una clara estructura de contenido. Es por ello que T. S. Eliot, autor del magnífico prólogo de la edición, llega a definir la escritura de Barnes como prosa poética. Y es cierto que el lenguaje empleado es sublime, de bellísimas metáforas, poético y musical, pero también barroco y algo retorcido.

En definitiva, una lectura que ha sido un placer difícil pero con grandes dosis de intensidad.
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