Cova Dónnica

Las crónicas de la alta edad media suelen tener en común, con independencia de quien las narre, una encomiable exageración de los hechos.

De estas desbordantes imaginaciones nace el mito de Pelayo, Covadonga, la cueva y los 187.000 musulmanes vencidos a pedradas por 50 aguerridos norteños, de pelo en pecho y roña en los sobacos.

La aburridísima (así, sin anestesia) novela de Yeyo Balbás al menos, trata de poner un punto de cordura a lo que aconteció en Cantabria entre el 718 y 722 después del nazareno, pues ni siquiera en el año hay acuerdo.

Además, sin venir demasiado a cuento, pues en realidad afecta más a la reconquista que al milagro de Covadonga, el autor nos obsequia con la invasión de Grecia y los asedios a la Constantinopla de León III, por las huestes sarracenas, como historia paralela.
Es decir, que ninguna de las dos tramas tienen nexo de unión, ni se cruzan entre ellas.
Así, ¡por las buenas!

Para aquellos que por la portada se estén frotando las manos con la figura de Pelayo, pues tampoco.
El protagonista es Fruela, pero no el que fuera rey, que eso fue más tarde, sino el hijo de Pedro, duque de Cantabria.

En este "famosísimo" Fruela y sus idas y venidas se centra un libro, de prosa rebuscada y tosca narrativa que me genera la misma sensación que la de leer un texto borroso.

Hay partes buenas. Las descripciones y recreaciones de entornos y paisajes están muy logradas y a nivel documental, está bien iluminada.

Todo lo rigurosa que las circunstancias de este hito histórico permite, Cova Dónnica es una novela que precisa, a mi juicio, un par de vueltas más o, incluso otro enfoque en cuanto al desarrollo de lo que Balbás nos ha querido contar.

Al libro le falta un glosario con el significado de la abundante terminología de la época utilizada y que me atrevería a decir que ni los más versados conocen.

Un autor, que por cierto, se permitió criticar a José Luis Corral, diciendo que era imposible no dormirse con sus libros (no es que le falte razón) cuando su premiada Cova Dónnica no es precisamente un parque de bolas.
Eso sí, son somnolencias distintas.

En definitiva un libro con el que he pasado algún que otro buen rato, pero del que sin duda, esperaba muchísimo más.