Es la primera novela de la autora que cae en mis manos por pura casualidad. Su prosa sencilla y natural me animó a seguir leyendo. Nos cuenta una historia familiar de redención con un evidente trasfondo moralista y religioso. El hijo de un humilde pastor protestante pueblerino triunfa en la gran ciudad de Nueva York como relaciones públicas de empresarios millonarios y vuelve con su novia a la casa de los padres. La pareja urbanita es exitosa pero descreída y sin demasiados valores que no sean los de la Bolsa. Tras la muerte de la esposa y solo con dos hijos pequeños que crían sus padres con la ayuda de la abnegada Mary (enamorada en silencio del viudo y amiga de toda la vida además de novia preferida por sus padres), Stephen se replantea su vida y los valores que deben regirla. El tono buenista y aleccionador de la autora tiene un punto, para mí, entrañablemente trasnochado. El
brillante desfile del título es explicado en el párrafo final: «En cada población tenía que disminuir la marcha para dejar paso a las multitudes dedicadas al alegre desfile de Pascua. Formaban una interminable procesión de hombres y mujeres, luciendo alegres sus mejores galas. Pero no todo en ellos era vanidad. El espectáculo tenía mucho de santa y limpia inocencia, era una prueba de fe y confianza en las cosas sencillas y buenas. Los jóvenes marchaban cogidos de las manos, y los mayores del brazo. Era como si de pronto se vislumbrase una breve visión de lo que el mundo podía llegar a ser. Era sorprendente descubrir con qué facilidad los seres humanos podían ser felices. Bastaba con que se les enseñara el camino.»