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La frase que afirmaba que el amor es el motor que mueve el mundo degeneró en la creencia de que es el odio el que realmente se encarga de ello. Demasiadas guerras nos llevaron a pensarlo. Demasiadas muertes tratando de aniquilar el amor. Algunos ilusos seguimos creyendo firmemente en él. No sé si moverá el mundo pero, desde luego, mueve muchas vidas. Nos mueve hacia el cambio, la aceptación y la derrota. Hacia días de luz y noches de insomnio. Nos arroja en brazos de quien dice amarnos y de aquellos que nos harán conocer el verdadero dolor. Nos arrastra. Nos empuja. Nos mantiene en estado de alerta. Nos abraza cuando dormimos y cuando nos tenemos que marchar. Puede producir quemaduras, ojos rojos y noches sin fin. Madrugar para sentirse amado es una sensación que ninguna guerra podrá matar. Es un festín interminable que perdura en alguna parte de nosotros hasta más allá del final. Como este libro, que va haciéndose un hueco lentamente en la lista de nuestros pequeños amores. El festín del amor. Nada más. |
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