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Básicamente la historia es sencilla: Alfredo, periodista español afincado en Uruguay desde hace diez años, vuelve a Madrid tras el incomprensible suicidio (aunque ésta no sea la única causa pero si la más determinante) de su amigo y mentor Juan Vega. Vuelve, y no lo hace solo. Con él viaja Mariana, una joven de la que se enamora y con la que decide vivir en aquel triste país en el que nunca pasa nada relevante. El suicidio de Juan Vega le descoloca, por eso comienza una investigación a nivel particular que alterna con su trabajo de redactor en el periódico. ¿Sencillo, no? Pues no, ni mucho menos. Ese argumento le permite al autor hacer un análisis profundo, y crítico, del papel de los medios de comunicación que tras la crisis de 2008 comenzaron una caída en picado que la aparición de Internet y las redes sociales ha venido a sentenciar. La dictadura del clik, la inmediatez, los contenidos basura, la sobreinformación, y la precariedad del sector con un ambiente en las redacciones (él conoce bien el sector) que da auténtico pavor. Perro come perro también surfea sobre relaciones humanas imposibles, parejas separadas por el espacio y el tiempo que deriva de una profesión estresante, de la salud mental que el personaje de Juan Vega, inmerso en un papel que le viene grande, un papel que nunca ha querido jugar y que le aleja del amor de su vida, describe muy bien. La intromisión de la política y los políticos, las grandes empresas, los grandes titulares, las mentiras, la manipulación... El llamado Cuarto Poder irrumpe en estas páginas de manera tan cruda que hasta al lector más ingenuo le dará qué pensar. «Somos un sector hiperprotegido, no ha habido editor que haya asegurado la supervivencia de su negocio sin aportaciones externas. Hay administraciones que aumentan la publicidad en tiempos de crisis y de esa forma se protege aún más, porque rara vez se reparte eso con criterios objetivos, son premios y castigos» (https://theobjective.com/cultura/2022-11-14/perro-come-perro-ruben-arranz/ |
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