Nuestras esposas bajo el mar

Es lo más poético y extraño, que he leído en este año. En este libro existe toda una liturgia del océano, es casi una oda al mar. Mezclado con el duelo, la ausencia y el padecer de la persona amada.

Me ha parecido una metáfora de la enfermedad. Cuando alguien en vida se va, en algunas circunstancias puede transformarse en un desconocido, su cuerpo sigue, tus recuerdos son más vividos, pero esa persona se está yendo en contra de tu voluntad y ella se deja ir. Cuando ese diálogo interior comienza: no quiero que se vaya pero tampoco quiero que sufra más.

Algo que me ha gustado especialmente es la descripción de la cotidianidad entre ambas. Cómo ésta, se mezcla con la fantasía del relato y hacen una conjunción extraordinaria.

Creo que en un momento dado de la lectura sabes más o menos que está ocurriendo, pero a la vez no. Es un sentimiento extraño. Porque todo lo que ocurre te puede parecer real e irreal a la vez. Y sigues leyendo, porque ya estás atrapada en la historia. Sin duda, muy original.

Es una visión doble de las circunstancias: un cuerpo de mujer que muta, se transforma, tras un período bajo las profundidades del mar. Y, a la vez, una mujer que espera, que transita aún el duelo de una madre muerta y que parece que vaya a transitar el de la mujer a la que ama, pero ésta vuelve, pero ya no es ella… no es su Leah. ¿No es acaso también un duelo?

“Pensé en el día en que se me ocurrió
por primera vez que si ella se moría, no quedaría nadie en el mundo a quien yo amara de verdad”

La fantasía, lo enigmático, lo desconocido, se da a través de Leah, pero Miri es irremediable el golpe de realidad. Hasta las penas de las ausencias se cuelan en relatos así, siempre tienen cabida. Y el amor también. Hasta las lágrimas son saladas…

Tres palabras: océano, duelo y amor.