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Crítica de Noni


Noni
15 September 2022
Dieciséis escalones son los que separaban al faraón del resto de mortales en su última morada. Dieciséis escalones los que Howard Carter tuvo que recorrer hasta llegar a la tumba del que sería su mayor descubrimiento, el que le encumbraría en la historia de la arqueología y conseguiría grabar su nombre en las enciclopedias. Alguien con la tenacidad del británico, obsesionado por sacar a la luz los tesoros que Egipto escondía, mientras el resto del mundo se empeñaba en llevarle la contraria afirmando que bajo la arena del desierto ya no quedaba nada, debía ser recompensado y así fue. En 1922 y a las ordenes de Lord Carnavon que se convirtió en su mecenas, descubrió la tumba conocida como KV62, perteneciente a la XVIII Dinastía en el Valle de los Reyes, la famosísima tumba de Tutankamon (Tut-Anj-Amón)

Este entretenidísimo libro cuenta esa historia, y al mismo tiempo el momento de la llegada al trono del joven Tut después de que hubiera una rebelión del ejercito a las ordenes del general Horemheb. Éste está cansado (además de enamorado de la mujer del faraón, Nefertiti) de la visión pacifista y esotérica de Amenhotep IV, Akenatón, faraón que trasladó la capitalidad al desierto (región de Amarna) dejando Tebas, y convirtiendo Ajetatón, el Horizonte de Atón, en la nueva ciudad de residencia de la familia real y símbolo del nuevo culto: el culto a Atón, un único dios. Un hombre ambicioso, con el poder del ejército en sus manos y enamorado de la mujer del hombre al que no puede ni ver es un peligro, y la historia será testigo de ello (Horemheb llegó a gobernar Egipto como el último faraón de la XVIII Dinastía)

Ambas historias discurren en paralelo con tres mil años de diferencia. Una poniendo voz a un Tutankamon adolescente y a la que fuera su esposa Ansesenpaatón (Anjesenamón) hasta la llegada al trono de ambos, mientras el anciano Ay y el ambicioso Horemheb intrigan para quitarle el poder a Akenatón, ante la mirada impotente de Nefertiti que, aunque profundamente enamorada de su esposo no ve con buenos ojos esos cambios. La otra nos sitúa en noviembre de 1922, un mes que supone para Howard Carter un mes de espera, desesperación, pero también de esperanza, pues está firmemente convencido de que encontrará una tumba sin expoliar, no sabe a quién pertenecerá, pero está convencido de su importancia. Las conversaciones con su canario (si, a su mascota le cuenta todo como si de un psicoanalista se tratara) son sustituidas por unas (mucho más interesantes para el lector) con un periodista de The Thimes, el primer periódico en enviar corresponsales al extranjero.

Una lectura muy agradable, interesante, en la que, a pesar de que sabemos el final, la capacidad de asombro y entusiasmo te envuelve al tiempo que el descubrimiento aflora. Los datos y anécdotas están muy bien introducidos en la trama, y los personajes se distinguen por su cercanía. Cabe destacar el humor, típicamente inglés, del arqueólogo británico además de sus teorías y obsesiones. Debía ser todo un personaje. Resulta curioso que los dos protagonistas encuentren su destino unido, precisamente cuando más complicado lo tenían: uno acabará reinando, a pesar del ambiente de hostilidad y convulsión que hay en esos momentos en Egipto, al otro le llegará la fama, cuando nadie ya creía en él, al descubrir precisamente a tumba del primero.
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