La pobreza y la marginalidad conducen a la violencia. Y lo hacen porque de alguna manera debe manifestarse la rabia. Pensamos que los guetos actúan como una burbuja que aísla a los de dentro y a los de fuera. Y es verdad. Pero no del todo. Los jóvenes que se crían en ellos conocen la existencia de otra vida, de una mejor. Un día a día en el que no tienes que luchar por tu supervivencia, en el que solo hay que preocuparse por aprobarlo todo, llegar temprano a casa, hacer méritos para que las vacaciones de Pascua sean idílicas y para que tu familia, esa que te ama por encima de todo, esté orgullosa de ti. El orgullo en el gueto es otra cosa. Allí lo único que ocupa tu mente es aparentar una fuerza que empieza a fallarte. Porque la debilidad se castiga. Y de ese castigo no se regresa. |